Un corredor nacido en medio de las montañas suizas como lo fue Niki Aebersold tiene dos caminos: amarlas u odiarlas. Fabian Cancellara irónicamente ha sido uno de los mejores rodadores de todos los tiempos, sin interés en las cuestas. Uno de los mejores contrarrelojistas de la actualidad, Stephen Küng, es también suizo. En su día escaladores como Koblet marcaron la pauta a la lógica, ya que lo normal en ciclistas que para salir de casa deben atravesar numerosas cuestas es que se conviertan en puros escaladores.
Es de sobra conocida la cualidad trepadora de Nairo Quintana por salir de casa subiendo desde niño. En Suiza, por lo que sea, no es así. Hay casos extraños, como el de Tony Rominger, que fue capaz de tiranizar tres Vueltas y un Giro a base de dominar la montaña. Él era esquiador, por lo que algo de ventaja tenía. Y hay ejemplos relativamente recientes como Moos, Jeker, Tschopp, Morabito, Zaugg… pero no son ni mucho menos mayoría. Es más sencillo recordar a Camenzid, los Zberg o tantos y tantos clasicómanos. Marc Hirschi, sin ir más lejos.
Aebersold fue uno de esos ciclistas que siempre sonaban. Su nombre “molón” era tan rimbombante en las retransmisiones que parecía que estaba más presente de lo que después estaba. Fue un ciclista muy interesante de finales de los años 90, formando parte de la estructura de Rabobank durante dos temporadas y posteriormente del Coast, ese equipo alemán que reclutó viejas glorias hasta evolucionar a otro nombre tan ciclista como el Bianchi. Se retiró en el Phonak, equipo precisamente suizo que combinó éxitos con polémica casi a partes iguales. Fue siendo uno más, uno de esos ciclistas de club, que no hacen ruido y de vez en cuando son protagonistas en esos días que no mira nadie.
Ni un gran escalador, ni un gran rodador. Se trataba de un corredor que destacaba en las pruebas de un día y en sorprender al pelotón de los sprinters a través de la prolongación de una larga fuga. Además, destacaba en las pruebas suizas, ya que del total de ocho victorias que acumuló en su palmarés, cinco tuvieron lugar dentro de las fronteras del país neutral por excelencia. Eligió Alemania y el Regio Tour para estrenarse. También un podio lleno de clásicos como lo fueron Pianegonda y Vasseur.
Nos vamos a trasladar al año 1998, el año de Niki Aebersold. En 1997, sólo un junio antes, se impuso en una etapa que unía Davos y Zürich (qué ironía) y eso le daría la confianza suficiente como para elevarse a ser una de las revelaciones del año siguiente. En la ronda helvética se llevó esta vez dos etapas, a lo que habría que unir el Campeonato Nacional de Suiza que no luciría en el Tour de Francia.
Una de las imágenes más recordadas de Aebersold tuvo lugar precisamente con la cruz blanca en el pecho, peleando a dentellada limpia ante los grandes clasicómanos del momento entre el Cauberg y Valkenburg en lo que fue un memorable Mundial. Venció su compañero Oskar Camenzid, y él, que estuvo muy activo ante los numerosos lobos que acecharon el oro, fue quinto en meta. Quizá su mejor día.
Para rematar ese buen curso ciclista, se llevó la siempre prestigiosa Milán-Turín por delante del arco iris, Camenzid, al que batió en la llegada tres días después de proclamarse campeón del mundo. El entonces ciclista de Mapei se marchaba a Lampre, donde luciría el maillot más prestigioso del ciclismo. Algo similar le sucedió a Niki, que paseó su cruz blanca y maillot rojo de campeón suizo que obtuvo en el Post Swiss en el Rabobank, ahora neerlandés y entonces holandés a secas. Un broche de oro a un gran año que le permitió firmar por un equipo de primera fila y aspirar a cosas más grandes. Lieja, Romandía, País Vasco… siempre estaba ahí, pero no terminaba de rematar.
Regresó a la senda del triunfo en su último año como profesional al completo. Se retiraría en 2005 tras la disputa de la Vuelta Austria. Su último gran triunfo fue la montaña de la gran ronda suiza y una victoria de etapa que logró con el Phonak en Linthal. Aquella edición fue coronada por Ullrich sobre Jeker por un solo segundo. Como curiosidad, terminaría en el mismo equipo en el que Camenzid colgaría la bicicleta, con el que compartió sus últimos compases como ciclista profesional.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Foto de portada: Sirotti