Ciclistas Clásicas Historia

Oskar Camenzind da la puñalada a Mapei

El corredor suizo nace en 1971. Con veinticuatro pasa al Panaria italiano, país con el que tendría especial relación. Con veinticinco se convierte en material Mapei y se une al gran clan de clasicómanos belgas e italianos que copaban la escuadra de Patrick Lefevere. Le costó hacerse sitio con tanto lobo y tan poco espacio. Tocó convivir en un corral demasiado pequeño para albergar a Johan Museeuw, auténtica leyenda en aquellos colores, Michele Bartoli, que era una auténtica estrella por venir en aquellas dos temporadas en las que compitió luciendo la marca de la familia Squinzi en el maillot y aunque nunca llegasen a coincidir allí, o Frank Vandebroucke, que además de belga con todo lo que ello supone en uno de los países con más tradición en pruebas de un día, era visto como el sucesor del ‘León de Flandes’ pese a ocupar un territorio distinto al mito de las piedras.

Con esas cartas, Oskar no tenía muy claro cuál era su rincón. Venía demostrando su calidad, sus prestaciones en esas subidas cortas y empinadas que deciden cualquiera de los Monumentos. Estaba entrando en la edad a la que se forjaban antaño los campeones y sólo había dos opciones: que se le pasara el arroz o que no se le pasara. Contento en el mejor equipo del mundo en ocho de sus diez temporadas, tuvo que buscar terrenos inexplorados por sus propios compañeros para tener alguna chance de contar como líder.

Aportó su granito de arena en 1997, el primero formando parte de la famiglia. Siete victorias, entre ellas dos etapas en el Tour de su país natal, Suiza que le auparon al segundo puesto, le garantizaron la presencia en el nueve del Tour de Francia. Había que confiar en aquel fino clasicómano que, además, había ganado por derecho propio el derecho a portar la cruz roja de campeón suizo durante un año. Entre el maillot amarillo, los inconfundibles Festina y el rosa de un Marco Pantani que intentaba recuperar el tiempo perdido se encontraba él, un Mapei distinto, sin la mítica indumentaria y con un enorme potencial detrás.

Hace un notable Tour, decimosegundo. Un Tour, además, durísimo, con contrarreloj y montaña por doquier. Ese resultado haría que Mapei echara el resto en 1998, cuando confía con todas sus fuerzas en él. Camenzind tiene en el programa ser parte del Giro. Coincidiría con Pavel Tonkov, ex ganador de la prueba dos años antes y alguna que otra figura como Bartoli, que triunfó en aquella edición tan recordada de 1998 y que se uniría a la disciplina italiano-belga un año más tarde.

Cuarto clasificado final, aunque a distancia de Guerini, el suizo demostró de qué pasta estaba hecho. Sus propios compañeros, segundo en el caso del ruso y séptimo en el del belga Faresin, podían esperar ese rendimiento de un sorprendente corredor como él, sobre el que existían muchas nubes de esperanza también para las grandes vueltas. Pero no de Camenzind, que sorprendió a propios y a extraños. La victoria final de Pantani hizo parecer mala la estrategia del Mapei, que sólo pudo claudicar ante la bestia escaladora de Marco.

Era una época de guerra sin cuartel entre los equipos italianos. El Saeco de Gotti, el Mercatone del ‘Pirata’, el Polti de los últimos coletazos de Leblanc, etc. Mapei tenía el papel dominante por acometer un ciclismo más basado en lo internacional, no únicamente en calendario italiano. Ello le hizo tener un papel predominante por la calidad de sus conquistas. El problema vino en octubre, cuando uno de sus pupilos reconquistó el maillot arco iris para su filas después de varios años de éxitos en el Mundial. El Cauberg y un día de perros otorgó el oro a Oskar Camenzid, que batió por veinte segundos en meta al rival Van Pettegem y al sorprendente Michele Bartoli, del que ya era conocida la firma por el Mapei. Iban a ser compañeros de escuadra, pero… el nuevo campeón del mundo prefirió buscar otros horizontes.

Cansado de ser una mera comparsa y un segundo plato en muchas ocasiones, el suizo aún tuvo tiempo para estrenar el arco iris en la casa Mapei. No fue nada mal, ganando en su debut con el nuevo título en el Giro de Lombardía. Desde Saronni, año 1982, nadie conseguía este otoño perfecto. Hasta que Bettini en el Quick Step, heredero del Mapei, en 2006 lo volviese a conseguir, había quedado como una tradición: el campeón del mundo acude a Lombardía simplemente a mostrar su maillot y a llegar a meta con alguna gota de lluvia que diese más empaque a su arcobaleno. Las fotos quedaban muy bien, entre los marrones de las hojas secas en distintos tonos y las barras multicolor centralizando un blanco manchado con contrastes del mojado.

En 1999, sin embargo, Camenzind prefirió asegurar ser cabeza de ratón. En un abrir y cerrar de ojos había pasado de ser una posibilidad más dentro de mitos a ser el talento, la referencia. El arroz no podía pasarse ahora que tenía además caché para un muy buen contrato. Lampre consiguió firmar al único Mapei que había abandonado la escuadra sin lucir el arco iris en su propia escuadra. No le gustó a Lefevere, que tuvo la habilidad de hacerse con su sucesor, Óscar Freire, justo un año más tarde.

Oskar hizo carrera en Lampre, conquistando Lieja-Bastogne-Lieja y el propio Tour de Suiza, además de lucir en la temporada de 1999 el maillot más deseado por el pelotón ciclista. No regresaría al Tour, como curiosidad. Un positivo en la previa a los Juegos Olímpicos de Atenas le dejaron fuera de la prueba y del ciclismo, ya que se retiró después de habérsele encontrado EPO en un análisis. Un broche amargo para un corredor de una calidad exquisita que logró piezas de gran importancia sin ser ni muchísimo menos el mejor de su generación.

Escrito por Jorge Matesanz

Fotos: Sirotti

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