Hay algo en los ciclistas modestos que conmueve, que nos hace sentir ciertamente representados. Es el caso de Paco Cerezo, cuya carrera podríamos firmar muchos de nosotros, estoy seguro, en otros ámbitos de la vida. Fue una vida deportiva de casis, de tener pequeñas dosis de los momentos de gloria que otros viven mientras los demás sueñan.
El manchego no vivió una carrera plagada de éxitos, pero sí tuvo la oportunidad de lograr al menos dos. Ambos en Portugal, en esas pintorescas pruebas del GP Jornal de Noticias y una etapa de Alentejo. El resto fueron tiros al palo, como aquel penalti de Raúl a las nubes frente a Francia. Se le recuerda más por haber estado en fuga, luchando fugazmente por el maillot de la montaña, por ese tipo de detalles a los que aspiraban los equipos en los que militó. Y eso que formó parte de proyectos muy interesantes.
Por ejemplo, fue uno de los pioneros en fichar por equipos extranjeros toda vez que había una red de equipos en España que eliminaba la necesidad de hacerlo. La situación era muy diferente a la de ahora, donde únicamente un equipo de élite como el Movistar nos contempla. Sin embargo, en los finales de los 90 y principios de los 2000, hasta casi completar los dedos de una mano, lo cual visto en perspectiva no está nada mal. Nostalgia de tiempos mejores.

Paco dejó el Vitalicio de Javier Mínguez, junto al que había vivido momentos buenos, sí, pero sobre todo uno que marcó su carrera y que puede ser por el que mucha gente le conozca fuera de las fronteras españolas. El de Ciudad Real estaba disputando la Vuelta a España del año 2000. Su carácter indomable le llevó a encararse con uno de los gallitos del pelotón, el italiano Mario Cipollini, una de las estrellas de la carrera. El italiano, ni corto ni perezoso, propinó un puñetazo al español, cuyo ojo oscureció a gran velocidad en la salida de aquella quinta etapa.
El mítico velocista de Saeco fue expulsado de carrera, cómo no. Cerezo continuó, como se debe continuar ante los matones de poca monta. O de mucha, da igual. La vida es más larga que un puñetazo y seguir adelante es una virtud al tiempo que una necesidad, ¿no? Fue el protagonista del día y quedará para siempre como el ciclista al que el italiano pegó, una de esas muescas oscuras de una brillante carrera deportiva. En cierto modo, fue como pasar a la historia.
Pero Cerezo era ya conocido, por ejemplo, por quedarse a las puertas de cosas. Fue segundo en el Nacional por detrás de su compañero Álvaro González de Galdeano. Lo mismo que le pasó en el Memorial Galera, en el Trofeo Luis Ocaña, en el Nacional junior… Gracias a esa buena temporada del año 2000. Cipollini le pegó, pero Paco fue seleccionado para ir al Mundial, cosa que no sucedió con el italiano. Ya fue un buen premio para un ciclista relativamente modesto. Y lo de relativamente viene por la valentía de haber afrontado un reto en el extranjero cuando no estaba para nada de moda entre los ciclistas españoles.
El CSC de Laurent Jalabert firmó un par de ciclistas españoles para incorporarse a sus filas. Ahí entraron dos como Marcelino García y el propio Paco Cerezo. Ese equipo ficharía un año después (2002) a Carlos Sastre, que con los años dio a los daneses no sólo relevancia, sino un Tour de Francia, algo que ni los despampanantes líderes como Ivan Basso o los Schleck les darían jamás, por mucha más fama y aplausos que recibieran en el contexto internacional. Cerezo convivió con el abulense allí antes de marcharse al Labarca2-Cafés Baqué, ese equipo capitaneado por el colombiano Félix Cárdenas que recuperó la voz de los modestos en carreras como la Vuelta durante un tiempo.
Antes de llegar hasta allí, Paco debutó en 1992 de la mano del mítico Seur. Pasó por todas las denominaciones del equipo de Maximino Pérez: Deportpublic, Castellblanch, MX Onda o Estepona. Allí fue un valiente más, un ciclista que en esas etapas de la Vuelta con los clásicos puertos de tercera categoría se explayó fantásticamente bien para ganarse un nombre, para al menos ser un ciclista que tuvo sus minutos de televisión y que toda una generación conoció. Si una Gran Vuelta constaba de 21 días, él los cumplió luciendo el maillot de la montaña en el cómputo de las ediciones de 1997 y 1998.
Posteriormente tocó dejar la bicicleta y vivir el otro lado del ciclismo, desde el volante. Seleccionador español del equipo junior, vivió un par de etapas al frente del combinado nacional, en el que milita en la actualidad. Si algo recordaremos de Paco es eso, la presencia en carrera que aportaba a sus equipos, la valentía, pero sobre todo el no rendirse ante las dificultades. Para un ciclista poder competir en las mejores pruebas del mundo como son las Grandes, algunos Monumentos y tener presencia en ellos ya es un éxito al que no todos los ciclistas pueden llegar y que quedará para siempre.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos: Sirotti