Van Looy, Maertens, Zabel, Petacchi, Freire o Gilbert. Hombres rápidos y rodadores engrosan el palmarés de la Paris-Tours, la actual última carrera del año en el calendario World Tour. Su perfil llano, salpicado de pequeñas cotas en la parte final, hace que algunos de los mejores velocistas la tengan como su último objetivo de una temporada en ocasiones cargada de kilómetros. No obstante, en los últimos años ha cambiado parte del trazado con tramos de tierra entre viñedos. Territorio hostil para un buen escalador, de esos que en el mes de julio trepa por las montañas alpinas y pirenaicas en los puestos de cabeza o metido en la escapada de la jornada.
Hacía unos meses que un abatido Richard Virenque había admitido sus prácticas dopantes en años anteriores dentro del marco del denominado affaire Festina. El célebre caso estaba prácticamente cerrado con esta confesión y el ciclista francés parecía pasar página, aunque tuviera que cumplir una sanción por la que no podía ejercer de corredor profesional hasta el mes de agosto de 2001. Justo dos meses después, un domingo de octubre en Saint Arnoult en Yvelines se daba la salida a la clásica Paris-Tours que por aquel entonces no era ni mucho menos la última prueba del calendario, todavía ni siquiera se habían disputado los Campeonatos del Mundo, en Lisboa en aquella ocasión. En el número 37 de la lista de dorsales de la carrera figuraba el nombre de Richard Virenque dentro de las filas del conjunto Domo-Farm Frites, uno de los pocos equipos que tuvieron interés en contratarle teniendo en cuenta su calidad de apestado.
Una docena de kilómetros bastaron para que Virenque iniciara la fuga, pero no lo hizo solo. Otro perro viejo, Jacky Durand, curtido en mil batallas, ganador en Tours tres años antes, fue su acompañante en esta aventura otoñal. Por delante más de doscientos cuarenta kilómetros hasta la ciudad bañada por el Loira. El viento se dejaba sentir en contra de los fugados para añadir más épica a su larga travesía hacia la victoria, una victoria que sonaba utópica pero no imposible. Los dos ciclistas galos llegaron a tener hasta 18 minutos de ventaja cuando las grandes escuadras al servicio de los velocistas dijeron basta. Allí estaban el Telekom de Zabel, el Mapei de Freire o el Fassa Bortolo de Pettacchi. Todos unidos por una misma causa, echar abajo la escapada de estos dos veteranos franceses que ya habían tenido su momento de gloria en aquella jornada.
Quedan menos de diez kilómetros para la línea de meta en Tours y es medio minuto la renta de los irreducibles fugados, todo parece visto para sentencia y los sprinters se frotan las manos como si de moscas se trataran. La cota de Epan parece ser el último escollo a superar por el gran grupo y el otrora incombustible Durand no puede seguir a su compañero de escapada, ahora es Virenque contra el mundo. En el pelotón reina el caos y el desorden, ahora parece que ninguno de los potentes conjuntos es capaz de organizarse y Virenque sueña. Los últimos metros de la larguísima Avenida de Grammont se hacen interminables para ese hombre que pasaba aquellos veranos con maillot de lunares rojos a la espalda. Pero ya se sabe triunfador ante la incredulidad de los veloces gallos del sprint. Oscar Freire finaliza en segunda posición, solo unos días antes de su segundo triunfo mundialista en Lisboa. Pero aquel día de octubre en Tours triunfó el orgullo y el coraje de aquel proscrito llamado Richard Virenque.
Escrito por Alberto Díaz Caballero (@Sincadenablog)
Publicado originalmente en roadandmud.com