Pascal Hervé fue un ciclista tardío. Comenzó su carrera tarde, fichó por el Festina aún más, para coincidir con una generación de magníficos ciclistas que sólo por su pertenencia a esa escuadra iban a tener siempre el reflujo del dopaje en casi cualquier conversación o escrito sobre ellos. Un hecho incuestionable de este menudo ciclista francés es su carisma. No se sabe por qué, pero caía bien a todo el mundo, rivales inclusive. No se sabe si por su forma de correr y casi nunca ganar, que permite a los aficionados empatizar más que con los grandes campeones a los que las tostadas caen por el lado correcto.
Fue de los pocos exculpados del Caso Festina, que como bien es conocido, irrumpió en el mundo del ciclismo casi en directo por televisión, en plena disputa del Tour de Francia. Mucha repercusión, más aún en Francia, con uno de los casos más famosos en liza. Hervé fue liberado de la condena, pero fue relativamente íntegro y se quedó sin competir, decidiendo solidarizarse con sus compañeros. Se interpretó como una muestra del buen tono que existía dentro del equipo francés, tal vez el más importante del panorama del momento. Por mí y por todos mis compañeros.
Otras cabezas interpretaron su gesto como una lavandería de conciencia, como una forma de ser ciertamente coherente con la situación. Abandonó el equipo en el año 2000 para seguir los pasos de su gran líder y amigo, Richard Virenque. Más que un amigo, un compañero de batallas que quiso empezar una nueva vida y él, Pascal, acabó por unirse en el año 2000, aunque duró sólo una temporada. El Polti sería el destino. Una piel rara que únicamente despistaría a los más acostumbrados a verle pulular en escapadas de montaña con un reloj tatuado en el pecho de su maillot. Con los italianos estuvo sólo esa temporada para saltar a otro conjunto transalpino, el algo más incierto Alessio.

En sus filas coincidiría con tipos de gran calidad como Pietro Caucchioli, ganador de dos etapas en el Giro 2001. Fue el año de la redada de San Remo, donde como resultado los ciclistas acabaron por boicotear la etapa reina. Pero Pascal no llegaría hasta allí. Un positivo en el prólogo de Pescara le dejó fuera de la carrera justo antes de la etapa de San Remo. Bueno, en realidad, de su carrera, porque sólo volvería a competir en Giro dell’Apenino una semana más tarde. Cierto es que le acompañaban treinta y siete velas, pero era un mal sabor de boca que le amenazó en 1998 y que no le perdonó ya en 2001.
Como curiosidad, nació un 13 de julio, un día antes de la fiesta nacional francesa. También que lo hizo tres días antes de que lo hiciera Miguel Induráin, en 1964. Curiosamente, sólo coincidieron en los tres últimos años de la carrera del navarro, que dejó el ciclismo a los 32 años. 1996 fue casi un inicio para Pascal Hervé. Año en el que anduvo muy cerca de dar la campanada en la Vuelta al País Vasco, ganada por Francesco Casagrande por únicamente tres segundos sobre el francés.
Quince grandes vueltas para el ciclista nacido en Tours, lugar final de la mítica clásica. Ocho victorias entre las que se encuentran una victoria en el Giro de Italia (1996), una etapa de la Vuelta a Suiza, otra en la Itzulia, que se le dio siempre bien, y una victoria, la primera de ellas, en la Dauphiné Liberé, por delante de su jefe de filas Richard Virenque, lo que le valió su selección para el Tour de Francia una semanas más tarde y comenzar así una carrera accidentada que tuvo sus luces, pero también sus sombras.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos: Sirotti