Si algo se recuerda de Pavel Tonkov es su estrecha relación con España. Además de estar casado con una española y residir en la madrileña localidad de Las Rozas durante su época de esplendor ciclista, el ruso regenta en la actualidad una instalación hotelera en Córdoba, cerca de La Mezquita, el principal atractivo turístico de la ciudad andaluza. Sin embargo, todos sus equipos, con excepción de dos temporadas, han sido italianos o altamente relacionados con el país de la bota. No obstante, el Giro ha sido siempre su carrera fetiche, donde ha mostrado y demostrado más. Sin dejar de lado sus pinitos en el Tour, prueba que nunca llegó a terminar, y la Vuelta, donde conoció más gloria en las victorias de etapa e incluso de pisar el podio final de Madrid.
Su desarrollo en categorías inferiores fue arrollador, con cerca de cien victorias, llegando incluso a ser campeón del mundo junior en 1987. En 1992 firmó por Lampre, una de las escuadras italianas de referencia. No solo no le pesó en su debut en la élite, sino que se clasificó séptimo en el Giro de Italia, luciendo la maglia bianca de mejor joven entre auténticos mitos del ciclismo como Miguel Indurain, Chiapucci, Hampsten, Chioccioli, etc. Un gran escalador en ciernes que confirmaría sus prestaciones un año más tarde en la misma carrera, siendo ya 5º.
Sin embargo, su gran año sería 1996, a la postre su única grande en el palmarés. El Giro tenía otros favoritos, pero se convirtió en una encarnizada lucha entre Abraham Olano, Enrico Zaina y Pavel Tonkov, que tuvo que recurrir al temible Mortirolo para conquistar la maglia rosa y erigirse como uno de los ciclistas más rocosos del momento. Que se lo digan sino a Gotti, a quien le costó mucho vencer en 1997, o a todo un Marco Pantani, incapaz de soltar de rueda al ciclista de Mapei en muchas fases de aquel Giro de 1998. La más célebre, la llegada a Montecampione, en la que el ‘Pirata’ realizó un ataque continuado que nadie más pudo si quiera soñar con seguir. Segundo en Milán por segundo año consecutivo, iba a mirar más hacia el Tour, en el que fracasó. En la Vuelta, eso sí, rozó la gesta en la montaña asturiana más cruel, la del Angliru.
Batido por Chava Jiménez in extremis, el ruso no se lo pensó y puso en jaque a todos los favoritos antes de llegar la zona dura, donde acusó el esfuerzo. Un Principado donde ya sabía lo que era levantar los brazos, ya que en la Vuelta de 1997 se impuso en Pajares y en los míticos Lagos de Covadonga. Abandonó para conocer a su primogénito, que nació precisamente aquella semana de gloria absoluta para el líder del Mapei italiano. En la Vuelta triunfaría solo doce meses después de aquella decepción, siendo tercero en Madrid. Tocaba a su fin la era Mapei y firmó de forma bastante valiente con el Mercury americano. Se quedó sin grandes vueltas, pero aún así estuvo presente en carreras poco habituales para él como la Dauphiné Liberé, donde fue segundo clasificado en bonito duelo con Christophe Moureau.
El regreso al Lampre fue una de las mejores noticias. Regresó a su nivel en el Giro, conquistando una de las etapas más bonitas de los últimos veinte años como la que llegó al Passo Coe. En la misma carrera volvería a levantar los brazos, esta vez en las filas del Vini Caldirola de Stefano Garzelli entre cortes de mangas como foto final de una carrera que ha sorteado siempre el primer nivel. Según afirmó entonces, el gesto no iba por nadie. Quizá por la mala suerte que le había asistido en algunas fases de su carrera y que le hará quedar como un ciclista que pudo ser un auténtico campeón y marcar una época. Pero que, sin embargo, pese a ser un ciclista de muchos kilates, no llegó a cumplir todas las expectativas que su currículum desprendía. De hecho, fue considerado durante años el escalador que mejor iba en contrarreloj, algo indispensable para optar a según qué victorias.
Escrito por: Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)
Foto: Sirotti