El estrés es un concepto psicológico utilizado de modo cotidiano en una gran variedad de contextos y situaciones, a menudo indiscriminadamente, y en la mayoría de ocasiones sin saber realmente qué es.
Dentro del deporte, es una de las variables psicológicas más relevantes, puesto que tiene una relación directa con el rendimiento, de un modo tanto positivo como negativo.
Podemos definir el estrés como la respuesta de un organismo ante situaciones que percibe como amenazantes (sean estas reales o imaginadas) y supone la movilización de sus recursos tanto fisiológicos como psicológicos para afrontarlas.
Por lo tanto, no va a ser siempre algo negativo como se tiende a creer, ya que también puede ser una respuesta adaptativa positiva (por ejemplo tratar de prepararse mejor ante el miedo a hacerlo mal en una competición o marcha, hacer tablas de estiramientos cuando estamos entrenando fuerte para evitar una lesión y recuperar mejor, etc.)
El estrés puede manifestarse de diversas maneras: ansiedad, depresión, hostilidad, agotamiento psicológico o estado positivo de sobrealerta y búsqueda de recursos. No todas esas manifestaciones, como veis, suponen algo negativo, aunque también puede ocurrir que las que parecen inicialmente de ese signo, posteriormente supongan una adaptación positiva.
Es el exceso de estrés (cualitativa y/o cuantitativamente y también cuando es muy negativo o muy positivo) el que puede originar muchos problemas. Habitualmente se produce cuando tenemos que afrontar situaciones que provocan un alto grado de estrés y más aún si le añadimos el no tener los recursos de afrontamiento suficientes o adecuados. Todo ello, puede dar lugar a una situación de agotamiento físico y/o psicológico que va a afectarnos a corto plazo sobre todo en el rendimiento deportivo y a más largo plazo incluso en la salud física y mental.
¿Qué nos provoca estrés?
Con mucha frecuencia, tenemos la creencia que hay situaciones que siempre van a provocar estrés negativo, como por ejemplo un resultado muy malo en una competición, una lesión, etc. En realidad, no tiene por qué ser así, ya que en último término, la valoración subjetiva que hacemos cuando está ocurriendo este proceso, es la realmente importante.
Esta valoración supone que para algunos haya situaciones tremendamente estresantes y les afecten muy negativamente, y para otros en las mismas condiciones, sea algo estimulante, lo vean como un reto y su rendimiento sea incluso superior al esperado. Por lo tanto, el valor que damos a la situación en ese momento, es el que va a hacer que el estrés que se origine sea adaptativo o no o incluso que no haya, con la consiguiente repercusión, de un modo u otro, en nuestro funcionamiento posterior.
Un ejemplo siempre hace verlo un poco más claro. Antes de una marcha o competición muy importante, un ciclista lo puede percibir como algo atrayente y sabiendo que cuenta con recursos suficientes para poder afrontarla con éxito, el estrés en este caso le va a hacer prepararse mejor, cuidarse más, estar más centrado, etc. Mientras que al ciclista que lo perciba como algo muy amenazante y no cuente con los recursos adecuados, con una probabilidad muy alta, el exceso y la incapacidad de controlar el estrés va a acabar provocando ansiedad o miedo, con respuestas como la evitación, una peor preparación y un rendimiento muy por debajo de lo esperado. Hablamos por tanto de situaciones potencialmente estresantes, ya que va a depender de la valoración subjetiva de cada uno de nosotros en ese mismo momento (esto es importante tenerlo en cuenta, puesto que nosotros mismos una misma situación en momentos diferentes, puede generar o no estrés dependiendo de muchos factores, tanto controlables como incontrolables).
Podemos dividirlas en grandes eventos (por ejemplo, correr un campeonato importante o participar en una marcha de mucha relevancia), eventos prolongados (por ejemplo, un circuito de carreras, un Open o las salidas de cada domingo con el club) y los hassless o fastidios, que son los eventos menores, pero que sumados pueden provocar un estrés prolongado (por ejemplo, rendir mal un día en una carrera o entrenamiento, no poder entrenar todo lo que se quiera, caídas o averías continuas, etc. y también influyen directamente los aspectos familiares y laborales). Todas estas situaciones, pueden originar estrés tanto si son positivas como negativas y tanto por exceso como por defecto.
¿Qué respuestas y efectos provoca el estrés?
Habitualmente, implican un aumento en la activación orgánica y psicológica para mejorar la percepción de la situación, para procesar más rápido la información, para buscar soluciones y para actuar de forma eficaz. Si la respuesta es muy frecuente, duradera e intensa y exige al organismo un ritmo constante de activación por encima de sus posibilidades, puede tener consecuencias negativas y producir deterioros físicos y/o mentales.
Los efectos que puede provocar el estrés, son fisiológicos, conductuales y psicológicos.
Los efectos fisiológicos que puede originar el estrés negativo que se mantiene durante un periodo de tiempo largo, son por ejemplo trastornos gastrointestinales, trastornos cardiovasculares, trastornos musculares, etc. Los efectos conductuales pueden producir consumo excesivo o insuficiente de comida y/o comida compulsiva, aislamiento social, drogodependecias, práctica de hábitos saludables con menor frecuencia, etc. Y los efectos psicológicos a su vez pueden provocar trastornos del sueño, trastornos de ansiedad, fobias, depresión, falta de motivación, trastornos sexuales, trastornos de la conducta alimentaria, falta de concentración y atención, etc.
Por último, es importante tener en cuenta que este artículo se refiere al estrés que provoca la bicicleta, por el hecho de competir, de prepararnos para alguna marcha importante, por andar bien dentro de nuestro grupo de amigos o club ciclista, por superar un reto personal, etc. y que nada tiene que ver con salir en bici para aliviar el estrés que nos provoca el trabajo, los problemas familiares o de pareja, etc.
“No es el estrés lo que nos mata, es nuestra reacción al mismo”
Hans Selye
Escrito por Samuel Arroyo Cabello
Psicólogo Deportivo
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