Al menos en montaña. Actualmente Marc Soler no es el mejor gregario del mundo. Y no lo es en base a dos cuestiones. La primera tiene que ver con sus todavía aspiraciones, cada vez más remotas, a ser líder de equipo. Ser un gran gregario no es sólo cuestión de tener un par de piernas extraordinarias y una cabeza muy amueblada.
Tanto como para darte cuenta de que ese terreno intermedio en el que no llegas a gran estrella, pero al mismo tiempo tampoco puedes conformarte con rodar kilómetros y kilómetros sin mayor ambición es el que arrastra hacia la inexistencia. Hacia el anonimato. Una vez has mostrado que puedes probar la sangre, el anonimato no es una opción, ya que la feroz crítica caerá sobre ti. Que le digan, sino, a Iban Mayo. O a tantos y tantos ciclistas que un día vivieron la luz y años después no eran capaces ni siquiera de verla.
El segundo motivo por el que Marc Soler no es todavía el mejor gregario del mundo es la alta competencia con la cuenta. Si se lanzase una encuesta para preguntarlo, estoy convencido que quien ganaría el concurso sería claramente Wout Van Aert.
No es un gregario al uso, está más que claro, sino más bien un ciclista que cumple con una función exclusiva en el Tour de Francia, en el que no cuenta con opciones para pelear la victoria en su mayoría por convicción propia, pero también por los límites del in-put recibido, y con el que discrepo, de que es mejor no apuntar demasiado alto y centrar el tiro en lo terrenal y controlable para el ciclista belga. En ningún caso es una cuestión física. Será de apetencia o conveniencia.

Dicho lo cual, su rol durante el pasado Tour fue perfectamente lo que se espera y desea del mejor gregario del mundo, que viene a ser básicamente que decante la balanza en favor de su líder con su mera presencia. Si encima es ganador, qué más se puede pedir. De Van Aert a Marc Soler hay un buen trecho. El belga no podrá soportar ese papel mucho tiempo. Por ambición, por estadística o porque en algún momento se cansará de ello y buscará otros objetivos. Tiene calidad para hacer lo que quiera, es una suerte y un don de esos supertalentos que aparecen muy de tarde en tarde.
Marc debería estar en el papel que asumió Brandon McNulty en la etapa de Peyragudes del pasado Tour de Francia. Un ciclista que por piernas en esas etapas clave, normalmente las de montaña, sea capaz de pasar por un hombre podium. Estar entre los tres o cuatro mejores del pelotón en subida, nada menos. Ahí, teniendo el margen de poder descansar en esos días de transición, está la clave. Y, al igual que en el caso de Van Aert, la parte física no es el problema, ya que el motor, el potencial, es algo incuestionable en el caso del ciclista español.
El corredor de UAE tiene a un par de peldaños ser líder de un equipo top en una gran carrera como cualquiera de las tres de tres semanas. Por una mera cuestión de constancia, porque las piernas para ello ya las han sufrido sus rivales. Si en el equipo le mentalizasen de la importancia que tiene el rol de gregario en el ciclismo, Marc Soler se olvidaría de una forma definitiva de aspirar a la general de una gran vuelta. Que ya es así de por sí, pero sin contar con la presión y las etiquetas críticas que después aparecen en el bolsillo de su maillot.
Generar expectativas genera también decepción si no se cumplen. Soler lleva tiempo no cumpliéndolas al respecto de ser líder. Nunca lo ha hecho. Muchos ciclistas se pasan su carrera deportiva quedándose a medio camino entre ser un líder y un especialista en fugas. Llegando a imaginar el mejor de los escenarios, Marc Soler podría aspirar, si no se produce una evolución gigante de una temporada para otra, a alcanzar como mucho un top cinco en una grande. Esos ciclistas casi nunca pasan a la leyenda.

El Tour de Vingegaard es el Tour de Van Aert para muchos. Decidir quién gana una carrera como el Tour son palabras mayores. Es pasar a la historia de una forma diferente, es tener la posibilidad de esculpir auténticas obras maestras en forma de etapa ciclista. Los halagos no siempre serán para el gregario, está más que claro. Pero con esa premisa contábamos al fichar por un equipo como el de ‘Matxin’, donde los líderes potenciales se acumulan y hacen cola para reemplazar al antaño todopoderoso Tadej Pogačar. Y los que vendrán, más jóvenes y sin estrenar, con ese halo de pureza y sin muertos en el armario ni decepciones que llevarse a la boca. Ahí tiene las de perder.
Tarde o temprano caerá en esa categoría de gregario con derecho a liderar, una especie de segundo líder de a bordo que le ha permitido ir obteniendo réditos en forma de triunfo de etapa. O al menos de lucharlo de tú a tú. Sería a lo mejor más provechoso que el catalán dejase ese asterisco que siempre se le pone cuando se le menciona como gregario que le hace más daño que favor. Si por sus condiciones no es líder, teniendo el gran motor que tiene, por qué iba a ser colíder.
¿Iba a cambiar sus defectos por virtudes de la noche a la mañana si un líder como el esloveno deja la carrera y le tocase asumir ese rol? No tiene sentido ese ‘middle of the road’ británico en el que se han perdido tantos y tantos sueños rotos del ciclismo. ¿Cabeza de ratón o cola de león? Quedarse a medio camino. Un peligro.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: Unipublic / Sprint Cycling Agency