Quién no recuerda las grandes contrarrelojes del Tour de Francia. Esas que los ganadores tardaban sobre la hora y recorrían grandes llanuras que no se elevaban más que la altura de un puente o un paso de cebra con resalto. Imposible pensar qué hubiese pasado en caso de que Miguel Indurain corriese en la actualidad. ¿Nos estaríamos perdiendo a un genio por no aportarle el terreno necesario para brillar y demostrar? ¿Es justo que los kilómetros contrarreloj no lleguen ni siquiera a los 30 en total en una gran vuelta? ¿Merece la pena invertir dinero en materiales y tiempo en aerodinámica para únicamente treinta minutos de vuelo? La respuesta está clara.
La reducción de la presencia de las contrarrelojes tiene un punto de inflexión: Zaragoza, Vuelta del año 2007. Ante un recorrido incalificable, la organización culpó a la contrarreloj entre Cariñena y la capital maña, desarrollada, dicho sea ya de paso, por autovía en casi su totalidad, de haber sentenciado la carrera demasiado pronto. Sea como fuere, las carreras dependen más de las circunstancias que de los recorridos, que también tienen su peso. ¿Alguien se imagina la suspensión o reducción al máximo de las etapas de alta montaña debido a que una vez una llegada en alto sentenció la carrera? Y ha sucedido, sin ir más lejos, en el Tour de Francia de 2021 con la victoria inapelable de Tadej Pogacar, basada en su exhibición camino de Le Grand Bornand en la octava etapa.
Vivimos en un mundo diferente, más pendiente de los highlights de YouTube que de aparcar su vida por ver una etapa en directo por televisión. De la programación y visualización tardía. Las audiencias pesan en un territorio donde la competencia es cada vez más feroz. Y puede ser un motivo para reducir al máximo los elementos decisivos o retrasarlos cuanto más sea posible para que éstos no impidan que se mantenga el suspense, no saber cuál va a ser el desenlace final de la propia prueba. Como si hubiese forma de anticiparlo o de controlarlo. Si un ciclista es tan superior como lo fue el esloveno en el Tour o lo fue Menchov en la Vuelta 2007, si no es en la crono, será en la etapa siguiente.
La Vuelta de entonces y la de ahora poco o nada tienen que ver. El mandato de Víctor Cordero dejó paso al de Javier Guillén, que ha cambiado la historia y el rumbo de una carrera con serios problemas existenciales y de identidad. Tomada esa personalidad, ha marcado clara tendencia en las otras dos grandes, que tras varios bandazos han acabado por claudicar por el ‘modelo-Vuelta’, aunque con matices. Ese de que no haya grandes etapas de montaña, pero cada día pase algo. Ese de reducir la crono (no tanto como el Giro para su edición de 2022), pero mantener unos parámetros comunes que hacen un trazado de la Vuelta muy reconocible. Etapas no excesivamente largas. Finales en cuesta sustituyendo finales llanos. Reducción de las etapas al sprint.
El problema es el mismo que en cualquier otro ámbito, el original siempre tendrá más valor y sabrá hacerlo mejor. Tanto al Tour como al Giro se les reconoce poco en los planteamientos de carrera que han desvelado de cara al próximo curso. Al Tour solían ir los ciclistas más fuertes en carreras de fondo. Las llanuras de los primeros días seleccionaban ya de forma natural a los más débiles. Los escaladores llegaban con menos plumas, pero más sed de sangre. Los escaladores que se veían con opciones tenían que luchar en las cronos para después enjugar las diferencias en la montaña de la mejor forma posible. Ahora eso ya no pasa. No se habla del túnel del viento. Ni siquiera de las performances de algunos ciclistas en esa disciplina.
Lo más grave es que ningún contrarrelojista haya alzado la voz de forma clara y contundente. Este virus anticrono ha llegado también al Campeonato del Mundo de la disciplina. ¿Qué sentido tiene que una prueba para dilucidar quién es el mejor del mundo contra el reloj tenga una duración tan breve? 43,3 kilómetros por los casi 60 de la contrarreloj de Ponferrada, en 2014, hace tan sólo siete temporadas. La contrarreloj de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro tuvo también más de 50. ¿Qué está pasando?
Los hombres de moda en las grandes vueltas, es decir, van der Poel, Van Aert, Pogacar, Roglic… son hombres que rinden sobremanera en esta disciplina. ¿Por qué limitarnos a no ver a auténticos virtuosos en un terreno tan plástico? ¿Qué sentido tiene si las grandes van a estar entre ellos igualmente y no se van a crear grandes diferencias entre ellos? Y si se creasen, ¿qué? Más espectacular sería la carrera en la que cualquiera de ellos se plantease remontar a la desesperada. ¿O no?
Escrito por Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: @ACampoPhoto
Más bien la pregunta sería…¿qué coño está pasando con los kilometrajes en el ciclismo `profesional?…sobre todo en las GV.
No hay ningún argumento de peso que justifique esta deriva en los últimos años. Ningún argumento deportivo ni organizativo. El tema de las audiencias tampoco cuela, porque luego resulta que las etapas con más kms son las que historicamente menos espectadores atraen, es decir, las llanas. Y las cronos no salen mal paradas cuando luego se publican las audiencias de todas las etapas.
El mantra de las diferencias??,…bueno,…está claro que en una etapa de montaña de 230 kms, a misma intensidad, se darán más diferencias que en una de 140. Pero también estamos hartos de ver tappones largos y cortos con fumadas, diría que con parecida proporcionalidad. Por tanto no es un argumento que decante la balanza a un lado o a otro.
En las cronos, siendo los mejores vueltómanos del momento también los mejores croners, y lo llevan siendo desde hace algunos años, la reducción al absurdo que estamos viendo parece contranatura.
Pogaçar no sentencia el Tour 2021 en las cronos, sino en la montaña, siendo igualmente uno de los mejores croners. De haber estado Roglic al 100%, posiblemente hubieramos visto otra película. En la Vuelta lo mismo. Roglic cimenta su triunfo en la montaña, siendo la última crono meramente testimonial. En el Giro 19, Roglic parece sentenciar el Giro en las cronos, pero luego lo pierde en la montaña, una montaña dura y bien tirada. Contador y Dumo en 2015, Quintana en 2016…ganaron y perdieron tiempo en las cronos pero tambi´én en la montaña, llegando a los últimos días con todo por decidir.
Y hablamos de recorridos son solo una crono larga.
Es que no hay por donde justificar esta deriva. Solo se me ocurre que sea causa-efecto de la sociedad actual, la sociedad de la inmediatez, de videos de youtube donde en 5 minutos se resume todo. Pero entonces,…¿porque la reducción de kms no llega a las etapas llanas?. En Giro y Tour las etapas más largas siguen siendo las planas, y no solo este año. En la Vuelta a veces también, pero la ronda española nunca tuvo como seña de identidad los etapones de 6-7 horas o las cronos de 50 kms.
Como en tantas otras cosas “modernas”, el absurdo se ha instalado en la normalidad. Se premia la mediocridad frente a la brillantez. El esfuerzo y la superación han desaparecido del mapa. Vale más 1 minuto de gloria que 1 año de sacrificio.
Son los tiempos…