Egan Bernal no para de caer. Como el Euríbor de subir, como las bolsas desplomarse. Existen bellas metáforas que se emplean en el levantamiento no viagrado posterior, el resurgir de las cenizas de uno mismo y no de las del tabaco, o un levántate y anda, a lo Lázaro en las parábolas de Jesús. Todas son válidas con el ciclista colombiano, que si de alguna cosa puede presumir en el presente ejercicio es de percutir, de insistir cual ariete en la causa. Y es meritorio, porque cualquiera en su posición hubiese guardado la toalla en el cajón de la ropa limpia. Ese que cuando lo abres no sabes si el suavizante para la ropa genera precisamente buen aroma o desprende gases especiales que direccionan a la nostalgia. Difícil no echar mano a la suavidad. Lo mismo pero al contrario pasa con Egan y el suelo. Como los imanes, como los polos opuestos. O como el “Dios los cría…” y Egan, de Ineos, viste de negro agrisado, color del asfalto.
Su lucha por el momento no es conquistar la isla, sino alcanzar primero la orilla, regresar al escaparate y una vez allí esquivar el infortunio como le sea posible, asistiendo de incógnito o con la cara incrustada en un periódico cual detective de las películas cómicas. El mes de julio ha acumulado boletos de montonera y querencia por el suelo de gran parte del pelotón en los últimos años que hace que el pelotón tenga la sensación en ocasiones de ser más bolos que ciclistas. Veo al Ineos poniendo un par de Grenadiers a cada lado del escalador bogotano a modo de guardias pretorianos.

Si la Antigua Roma no fuese suficiente, siempre quedará la opción de rescate de la figura del chamán, ése del que se dice que puede hacer tangible lo intangible. Si cabe en el enorme séquito, los equipos del Tour deben empezar a pensar en añadir a la comitiva a consejeros análogos a lo que supone un Wild Frank, luciendo calcetín por encima de las crocs hasta alcanzar media caña. Un mal consejo para el verano, que convertirá tus piernas en un Cornetto. Una buena medida si lo que queremos es anticipar la psique de los animales, y si de paso podemos localizar el gato negro que se cruzó en el camino, se coló en la cocina del motorhome de Ineos y de las estrellas mediáticas del ciclismo colombiano, y amenaza con seguir ejerciendo efecto. Una especie de embrujo que, cual lavadora, ha encogido la presencia de Colombia, por unos motivos u otros, a más de la mitad en la cara ‘a’ del ciclismo.
Si comparamos esta primavera, casi verano por las temperaturas y la sequedad, de 2023 con la de 2021, nos damos cuenta de que algo ha pasado en ese sentido. De tener a un campeón de Tour y Giro, un escalador todopoderoso y algo frágil, y un recuperador de tesoros que trajo a Colombia la bandera que utilizó Herrera para ganar la Vuelta casi treinta años más tarde, a no tener esos referentes. Es como verse protegidos por la Puerta de Brandeburgo un verano y al siguiente ver una valla amarilla de obra. Se ha sobrescrito del tema. Se ha sobrescrito acerca de ellos. Como cuando apareció el lobo que Pedro predijo multitud de veces, los eternos regresos de Nairo, por ejemplo, con una constante que ya ni siquiera llaman la atención. Las victorias en escenarios de tercera o cuarta división, durísima caída por medio, por cierto, de López, tampoco. Nos hemos vacunado ante las noticias de quienes no nos dan noticias, sino prolongan una agonía que hace tiempo debieron haber cortado. Ese perfil bajo, dejar de arañar y patalear para asestar un único golpe.
Con todas las diferencias, que son casi todas las demás, recuerda al caso de la Operación Puerto, cuando el ciclismo español se acostó siendo una plaga en el pelotón internacional de 2006 y se levantó con tachones a los nombres de la mayoría de ellos. Es como descubrir que tu cantante favorito/a a quien has mostrado devoción durante toda una vida deja de representar los valores sobre los que se sustentan esa admiración. O cuando empiezas a valorar más el tiempo en retirar el polvo de los posters que el significado de éstos para ti. Si las Grandes Vueltas hablan de Gran Salida, esto vendría a ser como una especie de Gran Despertar. Que en realidad es el inicio de otro letargo, irónicamente, entre la ensoñación y la bofetada de aire caliente a la apertura de una puerta a la calle entre las lenguas de fuego del verano.


Despiertos o dormidos, aún hay guardianes que lanza en mano luchan por el prestigio del ciclismo colombiano. Vemos a Buitrago, vemos a Martínez, vemos a Rubio, vemos a Gaviria… Salvo este último, que se nos ha debido olvidar que un día estuvo cogiendo polvo en nuestra pared, el resto tienen mucho que demostrar aún para alcanzar esa altura a la que aquellos otros ascendieron con nosotros. Cuando les veamos rozar la victoria en el Tour de Francia, hablamos. Egan lo ganó, de hecho. Fue un Tour extraño, de esos que no abrieron las aguas como Moisés, pero sí las tierras de los Alpes. Y sin bastón. Aunque el bastón de mando quedó de una forma un tanto difusa en manos de Bernal, quien subió a los cielos, los respiró y, haciendo caso de otra de esas expresiones clásicas del español que refiere a lo equivalente que es la dureza de la caída con la cantidad de altura a recorrer siguiendo el curso de la gravedad.
Bernal, además, recorrió ese camino literalmente hasta el suelo. Del Tour al Giro y del Giro a la Vuelta que nos hizo pensar en su regreso, con un día épico que nos dejó la bandera de Colombia bien en el recuerdo, con los Lagos de Herrera como fondo de pantalla y el pronto eclipse del “yo me quedo por aquí” que fue más premonitorio y definitivo que casual. A veces, cuando te bajas de un tren, no hay posibilidad de volver a tomarlo. Sólo a veces. Hay puertas que quedaron cerradas muy antes de los sucesos del pasado verano y que dieron con Superman fuera de las filas del Astana, su último túnel hacia la élite, ésa que por piernas y calidad ciclista nadie duda que merece. Los equipos, al parecer, discrepan y no ofrecen billete. El gato negro a veces es uno mismo y las decisiones que uno toma. O las compañías de viaje, que al final ofrecen un hermoso espejo de lo que uno es en un momento determinado de la vida.
Como no queda mucho espacio para el brillo, sólo queda el recuerdo. Y la esperanza de que un día amanezca y el amarillo de la bandera colombiana vuelva a erigirse en lo alto de alguna de las grandes carreras del circuito. Queda Chaves, queda Urán. Más en nostalgia que en presente. Quedan los pequeños reductos que Higuita nos trae, esos pequeños hitos. Y ya. El resto es estela, como cuando un transatlántico abandona puerto, pierde la vista de la tierra en el horizonte y sólo el océano se extiende ante los ojos. El gato negro ha actuado y ha permitido ver esa caída al vacío que ocultaban las plantas. Trampantojos que desaparecieron prematuramente, como cuando en la discoteca el amigo enrollado se quita antes de tiempo y las frases se atascan por pillarte antes de ese momento que tú esperabas. Como esas arrancadas llanas de Gaviria que alargan sus rectas de meta.
Escrito por Jorge Matesanz
Fotos: ASO / Maheux / Broadway / Photogomezsport