El paso del tiempo implica olvido. Viejas generaciones desaparecen. Y las nuevas que llegan no vivieron los hechos. Las informaciones que les llegan son sesgadas. Ya se han creado mitos y leyendas. No conocen miles de matices y detalles que acompañaron algunas trayectorias vitales. Conviene recordar esos detalles. Sin acritud. Sin mala uva. Simplemente para recordarnos algo tan sencillo como que todos podemos equivocarnos. Incluso quienes detentan esa ficticia fama de que fueron infalibles.
Sobre la trayectoria deportiva de Miguel Induráin se creó un mito. La de que aquel “mocetón” navarro, con unas cualidades extraordinarias para triunfar sobre la bicicleta, tuvo la suerte de caer en manos de José Miguel Echávarri. Un hombre este que acertó en todo momento a pulir aquel diamante en bruto. Induráin: un ciclista predestinado a vencer en las grandes vueltas por etapas y que solo necesitaba a alguien que le guiara en esa senda. Pero esa creencia necesitaría algunos matices. De esos detalles exactamente trataremos hoy.
Mediada la década de los ochenta, Induráin llegó al ciclismo español como elefante en cacharrería. Rompiendo moldes. Un atleta de casi 190 centímetros de altura y con mucho peso. Lo opuesto a lo que en aquellos momentos el ciclismo español buscaba y se había vanagloriado de haber tenido durante las pasadas décadas.
¿Qué hacer con aquel portento?
Escribía el fallecido y por mí admirado periodista belga Jef Van Looy (redactor en aquel momento del semanario “El Ciclista”), en un artículo publicado en 1986: ”Tenía razón José Miguel Echávarri. El joven Miguel Induráin es un joven Francesco Moser”. Y es que en alguna ocasión el propio Echávarri se había dirigido al periodista en esos términos, como buscando la aprobación a su afirmación de aquel refutado periodista. Pero no solo a Van Looy. Con parecidas palabras se dirigió también a Joseba Iturria, por entonces redactor del diario “Egin”, y posteriormente autor del libro “Induráin, un estilo diferente para hacer historia”: ”Creo que los límites que tiene Miguel no los conoce nadie, ni él mismo. Es un auténtico atleta que recuerda mucho a Moser”. En suma. El convencimiento que tenía por entonces Echávarri acerca de por dónde debía discurrir el futuro del ciclista villavés era bastante firme.
Incluso Jef Van Looy escribió, en un artículo redactado en septiembre 1986, recién acabado el Tour de la Comunidad Económica Europea (que incluyó en su trazado, no lo olvidemos, las ascensiones entre otros a Izoard y Luz Ardiden, y que fue a parar al palmarés de Miguel) las siguientes palabras: “personalmente no creemos que tenga un gran futuro en las grandes pruebas por etapas, porque a pesar de su indiscutible progreso en la montaña, tiene que estar claro que Miguel Induráin siempre va a estar limitado como escalador. Demasiado limitado. Y no olvidemos que en la edición del Tour del Porvenir de 1985, bastante más montañosa que la de 1986, Induráin también ganó dos etapas, pero terminó en la general en el puesto 50, a más de una hora del ganador final, el colombiano Martín Ramírez”. Y continuaba más tarde el propio Jef Van Looy: “Induráin puede ganar una gran vuelta por etapas, pero entonces –igual que Moser en el Giro 84– porque se la montan para él y se la sirven en bandeja de plata… Pero igual, como Francesco Moser, Miguel Induráin puede convertirse en un monstruo de las clásicas de potencia y un contrarrelojista de talla mundial. Sí señor, también sobre el récord de la hora. Todavía es tiempo de dirigirse hacia ese camino. No hacerlo así sería semejante a usar en el futuro solamente el sesenta por ciento de las enormes posibilidades y cualidades de este chaval. Semejante a frenar conscientemente el desarrollo de un futuro y una carrera ciclista que puede ser de las más sonadas de la historia de este país. Esa es al menos nuestra opinión personal, y creemos –afortunadamente- que no somos los únicos. ¿No es así José Miguel [Echávarri]? Pero existe un calendario y el conservadurismo del ciclismo español. Eso puede ser el freno. Una pena.”
1987 fue temporada de transición y de asimilación de los progresos. Ya en la concentración invernal previa a la temporada 1988, Echávarri decía en la Costa del Sol: “Acudiremos a las clásicas europeas, porque en Induráin tengo a un hombre para aprovechar en ese terreno. Es el que mejor conoce el calendario mundial, como observador, porque hasta ahora le he llevado siempre a que vea y aprenda; luego, tiene condiciones, un equipo a su alrededor y debe ir con ambiciones”.
Pero ya en marzo de 1989 las victorias en París-Niza y Critérium Internacional decantaron definitivamente la partida. La duda había disipado. El resto es harto conocido.
Está claro que Induráin hubiera triunfado como clasicómano. Sus medallas en mundiales en ruta, su victoria en 1990 en Donosti, sus buenos puestos en clásicas sin apenas prepararlas específicamente…así lo atestiguan. Más dudas ofreció en principio su rendimiento en vueltas por etapas, y ya vimos los resultados.
¿Acertaron tanto Echávarri como Van Looy en sus previsiones de que la carrera deportiva de Induráin iba a ser excepcional? Por supuesto que acertaron. ¿Acertaron en sus previsiones iniciales de por qué parámetros iba a desarrollarse esa carrera deportiva? Juzguen ustedes mismos…
En absoluto voy a discutir el mérito de Echávarri en su papel de guía sobre la carrera de Induráin. Pero sí que, llegado a este punto, habría que recordar, aunque sea a modo de chascarrillo, unas palabras de aquel aragonés nacido en Barcelona, campeón de España de fondo en carretera en 1983, Carlos Hernández: ”José Miguel (Echávarri) ha sido siempre listo y, aparte de eso, también ha tenido suerte.”
Escrito por: Raúl Ansó Arrobarren (@ranbarren)
Foto: Sirotti