El ciclismo vive de rivalidades constantes. La competición lo exige por pura definición. Muchas de ellas son breves y duran el relato que recoge los puntos más importantes. Otras, en cambio, serán sencillamente eternas. Pocas serán tan recordadas como la que libraron Jacques Anquetil y Raymond Poulidor, dos de los mejores corredores de la historia del ciclismo francés e internacional. Duelo que se resolvió siempre del mismo lado y que ha quedado en el imaginario colectivo de muchos deportes. Los diccionarios informales de todos ellos reconocen a Poulidor como el eterno segundo. Su figura es una referencia para casos análogos.
Pou-Pou será siempre recordado como un gran perdedor. Quizá una memoria injusta con una leyenda con más primeros puestos de los que la gente imagina (70). Indurain, por poner un caso más cercano, paró el contador en 91. Al francés le faltó una, la más importante, la deseada, la que le hubiese elevado a los altares y quizás irónicamente apartado de la gran fama que ha disfrutado a lo largo de su longeva trayectoria profesional. La superioridad de sus rivales en muchas y el infortunio en otras le apartaron de su sueño.
A él este sambenito no le gustaba. Pero gracias a ella era, es y será uno de los corredores más recordados y más queridos de siempre. Más de moda que nunca por los éxitos de su nieto Mathieu Van der Poel y la gesta de lucir emocionado el maillot amarillo que su abuelo jamás pudo disfrutar aunque fuera de forma provisional.
En frente tuvo a Anquetil, primer ciclista en hacerse con cinco títulos en el Tour. Palabras mayores. Si bien no coincidieron en todos ellos como rivales, sí que tuvieron una relación especial en las carreras. París se acostumbró a fotografiar a Jacques vistiendo el amarillo desde que una contrarreloj en Versailles le permitió acceder a la preciada prenda por primera vez. Era el segundo sector de la primera etapa del Tour de 1961. Curiosamente, ese Tour salió de Rouen, su lugar de fallecimiento. Durante veinte etapas los ciclistas estuvieron recorriendo la geografía gala con el mito vestido de amarillo, maillot con el que regresó a París para alzarse con su primer Tour. Nacía el dueño y señor de las contrarrelojes, Monsieur Chrono.
Poulidor tardaría sólo un año en cruzarse en su camino. Un debutante en el Tour que ya tenía en su haber una Milán-San Remo y el Campeonato de Francia. Por si fuera poco, su 5º puesto en la París-Roubaix daba idea de lo versátil que iba a ser el ciclista de Merignat. Pou-Pou ganó su primera etapa en el Tour en Aix-les-Bains. Debutar ocupando el tercer peldaño del podio y con semejante evolución le aupaba al rol de ser una de las grandes estrellas del ciclismo galo. La gran alternativa al Dios Anquetil estaba en marcha. La frialdad de Jacques y las afirmaciones de que el campeón no daba todo en la montaña, hizo que la gente empatizara mejor con Raymond.
Dos años más tarde fue su mejor temporada. Anquetil seguía a lo suyo ganando ediciones del Tour y una segunda del Giro en 1964. Poulidor, por su parte, además del siempre prestigioso Critérium Internacional, tomaría la salida en Rennes como el campeón de la Vuelta a España. La gran prueba francesa iba a dilucidar cuál de los dos era el mejor ciclista del año, a través de una edición trepidante donde parecía que el nuevo orden podía por fin imponerse ante el cuádruple vencedor. Éste, por su parte, no tuvo nada fácil la conquista del quinto, tarotista mediante que jugó con sus supersticiones y pronosticó una desgracia en carrera. El miedo y los ataques en bloque de los rivales le hicieron tener virtualmente el Tour perdido en la interminable subida a Envalira. Las leyendas en torno a aquel día son incesantes.
Desde las noches de alterne del galo a las acusaciones públicas de Bahamontes diciendo que bajó Envalira en un coche, que era materialmente imposible que les diese alcance en la bajada. Sea como fuere, en meta llegaría con los favoritos. Quien perdería comba sería Poulidor, al que una avería le obligó a ceder un minuto. Aquello a la postre fue decisivo en el devenir de una edición que bien podria haber sido suya.
El duelo final de montaña fue en el Puy de Dome. Es un trocito de la historia. Ambos corredores en paralelo, luchando por dejar al otro mostrando quién es el más fuerte. Una de las rivalidades más célebres y más recordadas. En meta, Raymond aventajó a Jacques, que resistía en la general con 14″ sobre su rival. “Me sobran 13”, dijo nada más cruzar la línea. En la última crono, Pou-Pou mantuvo el tipo, pero se estaba enfrentando a uno de los mejores en la disciplina de la historia. La lógica y Anquetil se impusieron y el beso en el podio fue otra de las imágenes de una edición más icónicas.
Sin saberlo, iba a ser el quinto y último triunfo en París. La maldición de la Bretaña ejercería su poder con fiereza y 1965 sería aprovechado por el también añorado Felice Gimondi para abrazar su primera grande. Poulidor sólo pudo ser segundo, incapaz de aprovechar la ausencia de su gran bestia negra debido al desinterés de éste. Un año más tarde, dicen las malas lenguas que Anquetil aguantó en carrera hasta asegurar que su gran rival no tenía opciones de vencer el Tour. Un Movistar-Carapaz en toda regla pero de aquella época.
Poulidor, sin el dominador en liza, tampoco logró rematar la anhelada y buscada victoria en el Tour. Thevenet, Merckx, Ocaña, Fuente, Pingeon, Van Impe, Zoetemelk… sus rivales han sido una selección auténtica de lo mejor que ha pasado por el ciclismo profesional. Se quedó a las puertas de coincidir con el debut cual apisonadora de Bernard Hinault. Con 41 años dijo basta sosteniendo un listón que aún a día de hoy nadie ha podido superar: ocho podios en París. Ni siquiera los cuatro quíntuples ganadores pueden presumir de un récord que perdurará todavía algunos años.
Las desgracias e ironías de la vida llevan a Anquetil a sufrir un cáncer letal que acaba con su vida. Poco antes de fallecer recibe la visita de Poulidor, al que espeta que “hasta en eso iba a quedar segundo”. Raymond fallecía en 2019 siendo uno de los personajes más queridos de la escena ciclista. Una rivalidad que seguro continúa en el más allá.
Escrito por Jorge Matesanz (@jorge_matesanz) y Pedro Gª Redondo