Terminan las piedras y sin perder ni un segundo arrancan las cotas, esta vez en asfalto, las arrancadas explosivas. Llegan Amstel Gold Race, la Flecha Valona y la Lieja Bastogne Lieja, las tres pruebas de las Ardenas que suponen el final de las clásicas de primavera, la traca final de los fuegos artificiales que despiden cada año una fiesta que acabamos recordando durante meses y que nos hace contar los días que quedan hasta la siguiente. Como cada recta final del mes de abril, estas clásicas nunca defraudan. Siguen levantando pasiones en Bélgica, en Países Bajos, en toda Europa y cada vez más alrededor del globo. El poder de estas carreras está creciendo innegablemente.
De unos años a esta parte han realizado cambios en sus recorridos y han variado un tanto su esencia. Estábamos acostumbrados a que Amstel se decidiese en gran parte en el Cauberg y que Lieja se jugase entre Saint Nicolas y Ans. Ahora todo ha cambiado y ambas pruebas cuentan con otros elementos decisivos, provocando por un lado que la batalla se aleje un tanto más de la línea de meta. Pero lo que realmente estamos viendo es que tanto Lieja como Amstel se están pareciendo en demasía. La diferencia va más en la calidad de los actores involucrados que en el propio desenlace. Sí, puede verse más carrera en medio, que no al final, donde normalmente ya consiste en esperar a la llegada al sprint de pequeños grupos.

Anteriormente, con los recorridos más tradicionales, eran clásicas más reconocibles. Amstel Gold Race pasaba por ser una carrera de cotas, de carreteras estrechas, de tensión, caídas, y molinos de viento en el recorrido. Flecha Valona, que ha sido la más inmovilista en ese sentido, es la que mejor se distingue y conserva su tradición, finalizando en el durísimo Muro de Huy. Los corredores se retuercen en la última rampa y miden ahí sus fuerzas. Es la que tiene un resultado más cierto, más previsible, pero al mismo tiempo la que ofrece en este caso variedad, ya que alejando las cotas de meta sus compañeras de viaje en las Ardenas quedan un tanto igualadas y sólo la condición de Monumento de Lieja las separa en participación.
Amstel anteriormente incluía el Cauberg como punto decisivo, coronado a pocos kilómetros de meta tras unos cuantos muros previamente ascendidos. La carrera se podía decidir en este último muro… o no. El grupo se seleccionaba normalmente mucho antes y en este muro se podían ver más cosas en la parte final. Si un grupo llegaba con ventaja a esta subida se podía ver cómo se arrancaban unos y otros buscando llegar en solitario o en un sprint reducido a la recta de meta. Sin embargo, ahora con el añadido del Bemelerberg, que tiene 1 kilómetro de longitud y un promedio de pendiente inferior al 5%, parece que la cosa se enfría bastante. El Cauberg al final son 800 metros con únicamente 400 metros duros de verdad.

En Lieja sucede lo mismo. Roca de los Halcones y Redoute ya eran puntos para ganar la carrera desde lejos. Así consiguieron victorias Andy Schleck y Bob Jungels en su día. De hecho, la victoria del luxemburgués fue la última en el trazado antiguo. Ahora esas dos cotas que permitían despegues lejanos han quedado mucho más cerca de meta. El punto decisivo es Roche aux Faucons, ubicada a unos 13-15 kilómetros de la llegada. Es curioso cómo han variado el final de una prueba que funcionaba perfectamente, con ese final en Ans tan característico, introducido en el año 1990 y que resistía hasta 2019. Casi 30 años recogiendo historias de ataques en Saint Nicolas, donde la carrera solía llegar ya muy seleccionada o casi decidida.
Ahora con este final hay más posibilidad para sorpresas de ciclistas con menor nivel que los grandes favoritos. Fuglsang estrenó el trazado en 2019 con victoria, Roglič hizo lo propio en 2020 resolviendo un sprint de cinco corredores, mismo escenario que dio la victoria a Pogačar en 2021. Evenepoel se saltó todas las convenciones y ganó en solitario, pero el grupo siguiente estaba compuesto de doce corredores. Los grupos solían ser más pequeños en Ans, con alguna excepción. Pero esa cota previa terminaba por romper y ubicar a cada uno en su vagón correspondiente. Ahora se tiende al reagrupamiento en esa zona final de llano y descenso leve y fácil.

Cada uno tendrá su gusto, preferirá unas u otras versiones de estas clásicas, está claro. Y sobre gustos no hay nada escrito. Pero sí se echa en falta ese regusto clásico, que de ahí viene la palabra que define a estas carreras por tradición, por ser todas únicas en sí mismas. Cuántos años llevará el final en Vía Roma en San Remo, o el Velódromo en Roubaix. Flandes sí que varía de vez en cuando, no siempre para mejor, dicho sea de paso. Pero lo que no suele variar es el tipo de carrera, la forma en la que se decide y el perfil de la carrera, que suele ser parecido en tipología.
Si realmente estos cambios hubiesen hecho estas carreras mejores, se podrían comprar dichos cambios. Pero la intuición es que desde el punto de vista de espectáculo se ha visto ciertamente reducido en sus partes finales. También la emoción de que los favoritos prueben sus fuerzas subiendo y en movimientos tácticos en lugar de hacerlo al sprint, que va a tener lugar igualmente de un modo u otro si no hay resolución en los muros finales.

Escrito por Lucrecio Sánchez
Gráficos: Procyclingstats / Flamme Rouge // Foto de portada: ASO / Demouveaux