Lieja, Bastogne y todas las localidades entre medias visten sus mejores galas. Es un domingo que luce radiante sobre las verdes colinas que los ciclistas han de superar. Las chicas resuelven sus riñas por la mañana. Van Vleuten recupera la corona en una tiranía neerlandesa sólo interrumpida por la británica Deignan en 2020. Sus talentos son inagotables. Sus ambiciones, también. Brown y Vollering finalizaron a la hora de la comida ubicadas a ambos lados del escalón más alto. Un podio que ya esperaba a los hombres. ¿Daría alcance Valverde a Merckx? ¿La sorpresa Van Aert? ¿Teuns en dueto con la Flecha Valona? ¿Y el wolfpack de Alaphilippe y Evenepoel? ¿Y la guerra de guerrillas de Higuita y Vlasov para hacerse con la Decana? Una carrera especialmente abierta ante las ausencias de Tadej y Primoz, dejando el talento esloveno a un Mohoric que tuvo más papeles de reparto que de protagonista.
Como marcaba el guion, una fuga acompañaría el descenso del cuentakilómetros. Los lobos acercándose a las gallinas pastoreados por Bahrain-Victorious. Sólo cabía la duda de si lo que les movía eran buenas piernas o la fe, como finalmente se comprobó. Mientras tanto, Mikel Landa rompió hostilidades una, dos, tres, cuatro veces, dejando hecho un solar el ya reducido grupo de elegidos, filtrado brutalmente por una caída masiva que dejó la imagen del maillot arco iris sobre su costado en el pasto junto a una roca (irónicamente) y un árbol. Romain Bardet dejó la imagen de la Doyenne terraplén abajo para socorrer a su compatriota. Un gesto que tenía demasiadas lecturas, todas ellas apuntando a interpretaciones muy preocupantes.
Mientras tanto, el caos. La Redoute aprieta en sus tramos intermedios y afloja más tarde, cuando la pendiente respira en torno al siete por ciento. Fue ahí. Puso a Vansevenant a trabajar al pie. El ataque era inminente. Todos los sabían. Desde Powless a Cosnefroy, que permanecían atentos a la rueda de Remco Evenepoel. Ahí saltó, como un auténtico rayo. Nadie fue capaz. Todos lo temían. Llegados a ese punto, cabe preguntar dónde estaban los verdaderos gallos, esperando resolver el conflicto con movimientos indirectos, con cero exposición. Cuando un grande cita de lejos es sólo parable por los grandes. En ese instante fue cuando los favoritos decidieron resguardarse en sus gregarios. El desenlace estaba cantado: vieron al belga en meta. Ni siquiera el ímpetu de Carlos Verona y Enric Mas, especialmente brillantes, fue suficiente. Ni siquiera lo fue el del enrachado Bahrain. Evenepoel tenía ante sí una crono particular donde iba doblando ciclistas debatiéndose entre el miedo y la fatiga. El último, un bravo Bruno Armirail, se vino abajo cual castillo de naipes en las primeras rampas de Roche-aux-Faucons, el último muro del día. No hubo ya más carrera que los escarceos del apátrida Vlasov y un sprint masivo un tanto extraño por la segunda plaza, en la que tanto la mencionada como la tercera fueron a parar a corredores belgas. Algo que no sucedía desde 1976, 46 años atrás. Un triplete que ilusiona a un país.
Por otra parte, era día de despedidas. El ídolo local, un Philippe Gilbert que llenaba, como por otro lado es costumbre, la carretera de pintadas y las pancartas de felicitaciones. Nibali también despachaba su última Lieja, un ‘monumento’ que otrora era de su tamaño. Igual que Alejandro Valverde, historia viva de la prueba, y el único que iba a resistir en el grupo que se jugó la gloria. Su táctica fue la habitual: dejar que su equipo y los rivales le llevasen a línea de meta, donde ejercer su tiranía a través del sprint. Ni su velocidad es la de antaño, ni era un día para resolver así. Ese inmovilismo le hizo finalizar en un meritorio séptimo puesto. Pero, no cabe duda, que una oportunidad perdida de haber muerto matando, de haberse despedido perdiendo a lo grande. Mucho mérito, demasiado conservadurismo. Su equipo, el Movistar, hizo bien los deberes, como los hizo en Flecha Valona. Dando la cara y leyendo correctamente. Ideas claras era lo que achacábamos al conjunto español y este domingo belga las tuvo. Quién sabe si de haber tenido al líder a rueda de Evenepoel el desarrollo hubiese sido diferente. O de haber tomado la iniciativa. A no ser que el objetivo fuese esa plaza entre los diez primeros.
Quick Step vivía su día agridulce, Intermarché-Wanty un valiosísimo botín en forma de puntos en el año de recoger la cosecha. Jumbo se debatía entre el ágil Kuss y el polivalente Van Aert, que finalizó tercero tras pasar fases de auténtico infierno y viajar quedado. El tramo final tras la última cota reagrupó y permitió engordar el grupo, apoyados en el infértil trabajo, aunque descarado y oportuno, de Enric Mas.
Y así fue el domingo que despide las clásicas de primavera, unos fuegos artificiales que ya van tornando en color rosa. Con la mente en Italia, vimos muy bien a Landa, soltando latigazos con más de 200 kilómetros en las piernas y haciendo daño de veras. También a un Valverde que despide tras él un legado en las Ardenas que es seguido por el silencio y la oscuridad. Esa que espera al ciclismo español en estas clásicas a no ser que las nuevas generaciones se encarguen de postularse como el relevo inmediato. Un relevo que en Bélgica parece sonreír y propinar buenas nuevas a sus aficionados, que ya tienen un motivo más para engrandecer a Remco y conversar sobre si su voracidad recuerda más o menos que la semana anterior a Merckx.
Escrito por Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: ASO / Maxime Delobel
Evenepoel demostró que siendo valientes se pueden lograr grandes cosas. Algo de lo que Alejandro y otros tendrán que aprender algún día. Todavía son jóvenes estas gentes.