Ciclistas

Robert Gesink, de ‘mesías’ y líder de Holanda a gregario de Países Bajos

En ocasiones se da esa típica historia de ciclistas que comienzan queriendo ser la cabeza del león y terminan por ser la cola del ratón. Robert, nacido a un paseo en el coche de San Fernando de Alemania, en 1986, decidió reciclarse antes de que fuese demasiado tarde. Un problema cardiaco y su consecuente operación, además de la pérdida de su padre hicieron tambalearse muchos de los pilares que le tuvieron como esperanza del ciclismo entonces holandés para ser el eterno relevo de Zoetemelk y no como aquellos que como Michael Boogerd dejaron el trabajo a medias. Gesink fue inteligente, observó que su nivel no era el de antaño y se convirtió en un indispensable en el equipo de los Países Bajos. Lo es no pese, sino gracias a su experiencia y saber hacer. A medio camino entre la treintena y la cuarentena (bueno, más cerca de la segunda que de la primera, a decir verdad) se puede decir que el espigado neerlandés supone la composición del coequipier perfecto.

Es principalmente un escalador, un ciclista capaz de establecer un alto ritmo de subida y sostenerlo durante kilómetros. Cuántos pelotones ha roto y cuántas situaciones complicadas ha sido capaz de resolver su equipo, el eterno Jumbo, gracias al rubio corredor de Varsseveld. Al tener envergadura, es capaz también de rendir en terrenos menos evidentes de subida, como falsos llanos o terrenos de media montaña. En todos ellos, es uno de los mejores. El líder que le tenga a su lado, desde luego, tiene mucho ganado a su favor. Ha sido pieza clave, por ejemplo, en los éxitos de Roglic en la Vuelta a España. Sus tres triunfos consecutivos tienen una esquinita que pertenece a su fiel compañero de equipo. Es más, hace coincidir sus apariciones en grandes rondas con el esloveno.

© Sirotti

Un ciclista que en su día fue un puro candidato al podio de la Vuelta a España y que año tras año, ante la imposibilidad de regresar a ser aquel Robert que bien cerca estuvo de subirse al podio de Madrid en 2009, ha ido absorbiendo toda la veteranía sobre la carrera española, en cuyas listas de inscripción ha fallado únicamente en contadas ocasiones. Un cariño especial, como el que le tiene Primoz a la Vuelta por ser el primer y más intenso amor.

Gesink venía de ser una perla del equipo sub-23 del mítico Rabobank. Sin más evolución posible que el equipo A holandés (ahora neerlandés, parece), tomó pronto las riendas de los naranjas en la Vuelta, con una muy meritoria séptima plaza en su debut. Corría el año 2008 y entre tan buenos corredores como Alberto Contador, Carlos Sastre o Alejandro Valverde, estar en el top ten ya era un éxito rotundo. Se comenzó a hablar de la nueva esperanza oranje, del ciclista que iba a rescatar para Rabobank las posibilidades de un ciclista nacional que destacase en la general del Tour de Francia.

Desde la escuadra lanzaban mensajes de calma, pero es que Robert no dejó opción. Tan sólo un año más tarde estuvo peleando de tú a tú contra uno de los mejores vueltómanos del momento y de la década como Alejandro Valverde y todo un futuro campeón del Tour como el australiano Cadel Evans. Entre los dos estaba incrustado cuando sucedió la fatalidad. Última etapa de montaña, una segunda plaza más que asegurada y caída en el momento más tonto e inesperado, entre los puertos de La Morcuera y Navacerrada. No abandonó por pundonor, pero las imágenes del maillot blanco ensangrentado fueron bastante espectaculares. Sus compañeros le auparon para llegar a meta. Sostuvo un tanto el tipo y mantuvo una muy meritoria séptima posición final que supo a gloria después de lo que podría haber sido, pero que tiró por tierra un podio que podía haber cambiado por completo su carrera.

© PHOTOGOMEZSPORT2019

El ciclista fue quinto en el Tour de Francia del año siguiente, en un nivel inferior a Contador y Schleck en la montaña, pero justo en esa segunda unidad que un día le permitiría dar un salto al podio. Los titulares, la prensa, incluso su escuadra se comenzaron a ilusionar con él. El ‘mesías’ había llegado. Por fin. Pero la suerte no iba a estar de su lado. Una fractura de fémur le retrasó todo lo progresado. Poco después recuperó sensaciones en la Vuelta a España 2012, aquella con Contador, Purito, Valverde, Froome, etc. Fue sexto, lo cual tuvo mucho mérito. En 2014 estaba repitiendo actuación, pero dejó la carrera para ver nacer a su hijo. Había mejorado mucho sus prestaciones después de la operación de corazón que le hizo estar unos meses parado.

El ritmo para él ya nunca fue el mismo. Volvió a ser sexto en el Tour, en 2015, el que podría llamarse como su último servicio como líder. De ahí en adelante pasó a ser gregario de otros grandes ciclistas que habían evolucionado muy bien como Bauke Mollema o Steven Kruijswijk. En cuanto tuvo ocasión, se dedicaba a tomar fugas en alta montaña. De esa forma logró la que es hasta la fecha su mejor victoria, ganando en la cima del Aubisque en plena disputa de la Vuelta a España de 2016. Un etapón que no podía ser firmado por mejor artista.

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Después de aquello todo ha sido llevar en carroza a Primoz en toda grande en la que el esloveno ha competido. Una figura muy importante para el campeón de tres ediciones de la Vuelta como para el resto del equipo. Sus actuaciones han dado cohesión, además de visibilidad al equipo en cabeza de pelotón. Una locomotora al servicio de sus nuevos jefes.

Siempre fiel a los colores del equipo de su país, pese a haber contado con ofertas fuera. En su conjunto sabían que era básico en su proyecto y así se ha hecho imprescindible para poder retirarse en un futuro como un one-club-man, siempre en el equipo que le representa, el eterno Rabobank.

Escrito por Jorge Matesanz

Foto de portada: ASO

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