De las ochenta y nueve ediciones que se han celebrado del Campeonato del Mundo en ruta, sigue siendo el único portugués en haber lucido el maillot arco iris. Fue en aquel memorable sprint con Purito Rodríguez donde Rui Costa hizo historia para su país, frecuente comparsa a rueda de otras naciones con mayor tradición y peso histórico cuando se habla de ciclismo.
La elegante Florencia fue la ciudad de su mayor logro, metáfora de su identidad y porte sobre la bicicleta. Sus rivales de entonces ya se bajaron de ella a nivel profesional. Así, Rui Costa vive sus últimos años de plenitud al máximo nivel; aquellos en los que el grado de la experiencia choca con las nuevas y pujantes generaciones, siempre dispuestas a jubilar anticipadamente al más experto. Son años peligrosos si uno quiere seguir rindiendo como un chaval y no se apercibe de que su rol más conveniente pasa por una planificada y acertada visión de la temporada.
Rui Costa ha sido un ciclista que a lo largo de su carrera se ha visto en la encrucijada de tener que reconocerse dentro del pelotón. Sobre él ha gravitado la cuestión acerca de sus facultades más definitorias. Por clase y categoría, nunca existió duda, sin embargo, acerca de su condición de corredor de clásicas o vueltómano es un interrogante, convertido en compañero inseparable en su carrera profesional.

Aquel 2013 fue la gran temporada. Consiguió el campeonato del mundo ― una carrera de un día ― a los veintiséis años. A la hazaña florentina se le añadirían dos etapas en el Tour de Francia ― en Gap y Le Grand Bornand ―, en el mismo año. Fueron éxitos que nunca volvieron.
Las causas son inverosímiles. La gravedad del arco iris podría ser una de ellas. Alcanzar, por sorpresa, una hazaña superlativa nunca fue fácil tarea de digerir. Ya se conoce la leyenda que gira en torno al conocido maillot. Sea lo que fuere, lo cierto es que desde entonces nada volvió a ser igual, y en el caso del portugués, empeoró.
Su elegancia innata y dominio del oficio siguen intactas, por lo que nunca dejó de ser un fijo en las cábalas de cualquier etapa escarpada o de montaña. En ellas, siempre se ha desenvuelto con especial soltura y solvencia, al igual que en las vueltas de una semana ― como demostró en su último gran triunfo en el Tour de Abu Dhabi (2017) ―, rememorando el triplete de Vueltas a Suiza (2012-2013-2014), un hito en los anales históricos del ciclismo helvético.
La década que podría catalogarse de perdida es la que ha transcurrido desde el mundial hasta nuestros días. Muchas expectativas se esparcieron. La configuración de la temporada con las grandes vueltas como objetivo defenestraron a un potencial clasicómano.

Ahora, en plena madurez, su fichaje por el Intermarché Wanty puede representar la última gran oportunidad para reconocer su singularidad. Creo que estará en el mejor equipo para conseguir reverdecer logros cada vez más alejados. El equipo belga se ha especializado con notable éxito es segundas juventudes. Ahí están los ejemplos de los Kristoff, Meintjes, Pozzovivo, Planckaert, Taaramae…, protagonistas de una temporada 2022 de notoriedad para un equipo que ha sido capaz de sumar veinticuatro triunfos.
Escrito por Fernando Gilet
Foto de portada: Sirotti