Antes de comenzar con Steven, debo confesar varias cosas. La primera es que durante la progresiva emergencia de su talento en aquel Rabobank que fue digi-evolucionando su nombre hasta dar con el aparentemente estable y actual Jumbo-Visma fue apodado ‘Krispis’ por mi persona. “El ciclista con nombre de cereal”, llegamos a titular en otro proyecto.
Honestamente, pensaba que como tal se iba a diluir en la leche, que iba a ser uno más en la eterna cola de talentos neerlandeses aspirantes a ganar algún día el Tour de Francia. Es cierto que después llegó Dumoulin, pero entre el campeón del Giro de Italia de 2017 y el a la postre polémico y confeso Michael Boogerd, tal vez Steven ocupó ese lugar de esperanza en una afición que añora los años de Zoetemelk y otros campeones.
Otra de las confesiones que debo hacer (nunca mejor hilado, ¿verdad?), es que pese a la comprensión, no comulgo con la moda de etiquetar neerlandés a todos los ciclistas holandeses. Tampoco me acostumbro a llamar ucranios a los ucranianos. Será falta de costumbre o desconocimiento. Será. El caso es que el nombre de Kruijswijk, tan fácil de deletrear para los hispano-hablantes, ha rondado nuestras conversaciones en más de una ocasión. ¿Será un nuevo bluff? ¿Un nuevo ciclista que llegado su momento se diluya entre tanto talento extranjero? Y hay que reconocer que el corredor de Nuenen ha sido capaz de sobrevivir a la generación de Contador, Schleck, Evans y compañía, gozar de su sitio, y posteriormente, cuando los Froome, Nibali o Quintana tomaron el relevo, seguir sonando con fuerza como eterno candidato a todo.
No seré el único que pensó que con aquella caída en plena bajada del Agnello desaparecían las esperanzas de concretar en algo todo el talento que se observaba en esas piernas extremadamente delgadas que ascendían las montañas a gran velocidad en aquel Giro de 2016 y que le valió llegar a las jornadas decisivas en inmejorable posición. De hecho, era el líder y portaba el rosa. Nunca me imaginé que el rosa iba a cederlo de aquella manera, pero mucho menos me imaginé que una vez acontecida la durísima caída contra la nieve, iba a ser capaz de reponerse y seguir ahí. Tanto que sólo dos años más tarde subió al tercer peldaño del podio de París. Sí, un Tour bastante ‘barato’, entre muchas comillas, por la suspensión y modificación de las etapas decisivas, pero la oportunidad estuvo ahí para todos los demás y sólo él fue capaz de ganarse el derecho a una de las fotos más míticas del ciclismo.
Fue el primero no Sky (o Ineos, no recuerdo qué denominación tenía la estructura británica en aquel momento), lo cual ya es mucho en algunas ocasiones. No hizo precisamente una carrera ofensiva. Ni siquiera contaba entre las quinielas. Eso le hizo aún más peligroso cuando fueron cayendo como fruta madura los franceses que se postulaban mejor que él durante los dos primeros tercios de Tour: Pinot y Alaphilippe.
¿Ha tocado techo? Desde entonces no se le ha visto en posiciones similares, si bien se sabe que es un ciclista que siempre está ahí, aunque no se le vea. A veces se le achaca que pueda echar más cables, por ejemplo, a Primoz Roglic, el gran líder de su estructura y uno de los mejores corredores tal vez de la década. Pero no debe ser fácil restructurarse mental y emocionalmente para pasar de ser el líder y gran esperanza a un mero gregario. De lujo, eso sí.
Un caso que tiene su parecido con el de Robert Gesink, compañero de Steven aún, y durante muchas temporadas. El neerlandés fue una gran promesa del ciclismo de su país para firmar una gran Vuelta a España en el año 2009, en la que estuvo en plazas de podio hasta la última etapa de montaña. La Sierra Madrileña iba a regalarle una dura caída que casi termina incluso con su participación en la prueba. Lo que sí perdió ahí fue el podio. Como Steven, todos pensamos que pudo haber terminado ahí su papel de gran líder. Entre esta cuestión, otras familiares y su corazón, Robert pasó a ser un mero gregario. Ese papel del que reniega en ocasiones Kruijswijk.
Escrito por Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: RCS