El ciclismo es un estado de ánimo. Si vale para el fútbol, vale para todos los deportes. El deporte es motivación, es pensar y pensarse en posesión de cualidades para llegar al final del camino con éxito, más aún en un deporte donde el 25% consiste en piernas y el 75% restante en el coco. Ese plus de confianza marca la diferencia y empuja, cual viento a favor, hacia la meta. Pero también es nivel, es marcar la diferencia (para bien) y asomarse al vacío de los mejores. Para alcanzar ese diferencial, el pelotón se reduce como en una aproximación a la pancarta de ‘Comienza Puerto’.
No todos los equipos del actual World Tour tienen ciclistas de nivel para acometer en algún momento de la temporada ese golpe sobre la mesa que marque la diferencia, que les haga ser estrella por un día. Ganar a través de fugas es fantástico, denota carácter, respeto por la competición y condiciones, por supuesto. Pero lo que realmente dice quién es y quién no es enfrentarse de tú a tú con el ramillete de favoritos, da igual que sea clásica que crono que vuelta.
Es ser o parecer formar parte de la élite, estar en ese ranking de corredores y equipos competitivos que también demuestran ser muy superiores a los de menor categoría. Porque sí, se habla del ritmo de competición diferencial, y ya resistirlo es un logro. Pero también se trata de ofrecer ese plus, de aportar algo más que la compañía en el pelotón. Por ello son los equipos señalados como la élite, el sueño de todo hijo de vecino que se sube a una bicicleta de chaval.
Y resulta que rascas un poco y te das cuenta de que fuera de las exhibiciones de Pogačar, de la robustez del Jumbo Visma, de la patada de Evenepoel, el personalismo de Van der Poel en Alpecin y poco más, el resto de conjuntos está un par de pasos por detrás. DSM o Arkea Samsic tienen 30 corredores en plantilla. Hay ciclistas muy rescatables, por supuesto. Y no dudo que haya futuro y buenos nombres de autor, pero si la diferencia entre el World Tour y los demás va a estar solo en la cantidad de ceros en un presupuesto, ciertamente es decepcionante. Y no es que no conozcamos cuál es el modus operandi de la UCI ni cómo funciona el mundo, sino que da lástima que este ciclismo que se llena la boca de palabras vacías de cara a la galería resista tan poco a la lupa.
En otros deportes, como el fútbol, quizá el más popular, existe gran distancia entre la primera y la segunda división. Pero el criterio para pertenecer a una u otra es meramente el mérito deportivo, los resultados obtenidos. Sí, ahora con el sistema de puntos unos suben y otros bajan. Pero, claro, por si acaso, cercamos el corral y vetamos cualquier vestigio de que un equipo de pobretones ascienda como la espuma invitando a los descendidos a participar en todo el circuito. Pero si yo tengo un conjunto sin recursos, pero con buenos ciclistas que compitan al nivel del World Tour nunca podré aspirar a entrar en esa liga que quieren hacer parecer un lugar justo y real.
¿Van a dejar que caiga un equipo con los presupuestos de Israel por muy mal rendimiento que aportase? No creo.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: Oman Cycling Association / Ballet