En 70 victorias paró Óscar Freire su carrera ciclista profesional. Una cifra redonda que además de una buena cantidad, añade calidad, puesto que muchas de las ocasiones en las que el ex ciclista cántabro alzaba los brazos al cielo se trataba de una prueba de primera categoría. El prestigio de sus éxitos está fuera de toda duda, siendo uno de los mejores corredores españoles de todos los tiempos y gozando así de un estatus histórico que el tiempo valorará en su justa medida. La apertura de la mentalidad del ciclismo español hacia las pruebas de un día es en gran parte causa del empeño de Óscar Freire en disputar dichas carreras, siempre desde equipos extranjeros que sí apostasen por él en carreras donde necesitaba el apoyo necesario. Una ayuda que sólo le podrían aportar en conjuntos especializados en las clásicas, con esa experiencia y corredores con manejo en ciertas pruebas, donde además de fondo y calidad se necesita visión de carrera y conexión con su líder.
Rabobank o Mapei eran destinos más lógicos que otros equipos de su país que apenas hubiesen sabido ayudarle. Es un problema que pueden estar atravesando grandes talentos en las pruebas de un día como Alex Aranburu, Iván García Cortina y otros varios que no están tal vez en el equipo adecuado en estos momentos de su carrera. Óscar Freire se proclamó campeón del mundo con Vitalicio y tuvo muy claro que ése no era lugar para alguien que amaba las pruebas que después le hicieron grande. Esas que antaño sólo eran para belgas y holandeses.
Con los de Javier Mínguez logró su primera victoria en el ya lejano año 1998. Disputaba la Vuelta a Castilla y León y se imponía ese primero de junio en la meta de León al portugués Candido Barbosa. Lo siguiente fue ya el Campeonato del Mundo, que le unirá a Verona mientras ambos sigan en pie. Repitiría en 2004 la hazaña, ya como un ciclista consagrado para acallar las bocas que decían que era un ganador menor que utilizó precisamente su anonimato para dar la sorpresa. Tres San Remos después (2004, 2007 y 2010), el de Torrelavega ya puede mirar a la cara a muchos ídolos con menos palmarés que él. Podría haber ganado más fama de haber buscado otro tipo de ciclismo, menos centrado en la recta final. Pero es que ahí, en esos cincuenta últimos metros, era letal.

Las dolencias de espalda le acompañarían en su estreno de arco iris y con el maillot de Mapei. Ganó una etapa de la Vuelta a la Comunidad Valenciana por delante de Erik Dekker y George Hincapie, casi nada. Fue en Xátiva tras un recorrido accidentado. Esa primavera se estrenó en la Tirreno-Adriático con dos etapas al sprint y otras dos de la Vuelta Aragón. Debutaría en una grande en la Vuelta 2000 y se llevó sendos triunfos. Ya se vio que no era flor de un día, que Freire iba a dar qué hablar. Su tercer puesto en el Mundial de Plouay le dio continuidad con sus otros títulos en la carrera. El Giro de Lucca y el primer sector de la Escalada a Montjuic cerraron su año: nueve victorias.
2001 no comenzó bien. Hasta la Vuelta Alemania, en junio, no estrenó su casillero. En Burgos ganó una etapa y en la Vuelta, pese a no estar muy afortunado de cara a meta, batido por un Zabel imparable, construyó la forma física que le dejó en su segundo arco iris: Lisboa. Nunca ha necesitado mucho para ganar. 2002 fue un año escueto, con el que comenzó a ser su coto de caza, la Challenge de Mallorca, y su estreno en el Tour de Francia. De nuevo en Alemania, en Saarbrücken por delante de McEwen y de Zabel, del que comenzaba a ser un poco bestia negra.
En 2003 consiguió ampliar la nómina de triunfos, con dos etapas en la Vuelta Andalucía, su estreno en la Volta Catalunya, nueva etapa en Tirreno y victoria final en el Giro di Lucca italiano. Un año más tarde, su primavera fue espectacular, con triunfos en Mallorca y Luis Puig, así como en su primera Milán San Remo, aprovechando un despiste de Erik Zabel. Después regresó a la senda de la victoria en la Vuelta, donde se impuso en la etapa de Castellón. El tercer Mundial cayó de su lado. Sería su último éxito o medalla en su carrera predilecta.

2005 le auparían aún más como ciclista. No es que ganase tres etapas de la Tirreno-Adriático (donde acumuló un total de diez a lo largo de su carrera), sino que también se hizo con la general. La Flecha Brabançona cayó en su saco por primera vez, como en 2006. Además de ganar en País Vasco por primera vez, en el Tour de Suiza y en julio por partida doble en el Tour de Francia, sus primera victorias en suelo francés. Fueron en Caen y Dax, al pie de los Pirineos. Remató el buen año con la Clásica de Hamburgo.
En 2007 ganó en Mallorca, dos etapas en Andalucía y la general, la Milán San Remo y de nuevo Brabançona en las clásicas belgas de primavera. En la Vuelta hizo triplete y lució el maillot de líder durante varias jornadas. En 2008 repitió en Tirreno, cómo no, y se estrenó en la Gante-Wevelgem. Otro triunfo en el Tour de Suiza, otro en el Tour de Francia y un hito histórico en el ciclismo español como la consecución del maillot verde de la ronda gala. Eclipsado, cómo no, por el maillot amarillo de Carlos Sastre. En la Vuelta firmó una victoria en la llegada Burgos y así cerró su año. Peor le fue en 2009, donde únicamente logró dos etapas en el Tour de Romandía.

2010 vio su tercera victoria en Vía Roma, en Milán-San Remo, y etapas en Mallorca y Andalucía. Ganó dos más en País Vasco y se anotó la victoria en una de las pocas clásicas a su alcance que aún le quedaba, como la París-Tours. A partir de aquí, comenzó un claro declive, aunque aún dio guerra. Dos etapas en Andalucía, una de las carreras donde más botín obtuvo, fue todo su bagaje. Ya en su última temporada, además de rozar el triunfo en la Amstel Gold Race, se estrenó en el Tour Down Under australiano y cerró la serie, adivinen, en la Vuelta Andalucía, en concreto en Las Gabias, imponiéndose entre otros a Michael Matthews.
Un palmarés extenso y variado, si bien sus ‘amuletos’ le han servido para ganar confianza y como test de cara a las pruebas importantes para él, que siempre eran las clásicas, alguna gran vuelta o la Vuelta como preparación del Mundial, la carrera que le ha hecho grande.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos: Sirotti