Fue el último gran Tour, de hecho, puede que el Tour más duro de su historia. Se habla de 1984, de 1987, también de 1989, pero sin duda el que más desgaste y dureza en sí a través del recorrido ofrecía ha sido éste, plagado de etapas de montaña, de puertos durísimos y etapas cada cual más traicionera que la anterior, sin seguir muchos dogmas clásicos. Y contrarrelojes durísimas, larguísimas y ofreciendo un tapete impresionante para ver a aquellos astros del pedal en acción unos contra otros. Hablamos de la época pre-affaire Festina, con todas las connotaciones que aquello tiene, tuvo y tendrá. Con confesiones posteriores que pueden reducir el impacto de lo visto. Cada uno tendrá su opinión, sólo faltaba, pero lo visto, sucedió y se vio. Los resultados siempre se pueden borrar, los recuerdos casi nunca. Y este Tour fue memorable. Y, como el vino, cuantos más años y Tours pasan, más gana esta edición del Tour de Francia 1997. Como las películas.
Arrancaban en Rouen, en un prólogo diseñado para que Boardman se exhibiera y mostrase al mundo quién era el rey del cronómetro toda vez que era el primer Tour post-Induráin. Los favoritos, en un puño. La duda surgiría en Telekom, donde el líder teórico, Bjarne Riijs, tenía un rival en el propio seno del equipo alemán, el también teutón Jan Ullrich, poderosísimo ciclista que terminó por acatar órdenes de equipo y subordinarse al danés. Aún así, ganó la última crono y quedó a menos de dos minutos del amarillo. Un año más tarde, el joven alemán iba a contar en todas las quinielas para enfrentarse al potentísimo Festina y a un retornado Marco Pantani, además de toda la pléyade de eternos aspirantes españoles. Bueno en crono, bueno en montaña, parecía hecho a propósito para esta carrera. Así fue el resultado final, donde fue el dominador de cabo a rabo de la clasificación, aunque no de la situación.
Fue uno de esos Tours clásicos de diez etapas llanas al inicio. Algún final en repecho y poco más, el resto simple y llanamente etapas de transición para ir caldeando el ambiente y ver a Cipollini cambiar de atuendo. De amarillo duró hasta que Cedric Vasseur tomó las riendas del liderato hasta llegar a los Pirineos, que abría con una etapa clásica que ascendía el Soulor, el Tourmalet, el Aspin y Val Louron antes de bajar eléctricamente a Loudenvielle. La subida final fue un reguero de ataques, pero triunfó el de un Laurent Brochard que, coleta al viento, viviría el inicio de su gran año. Pantani, Virenque y Ullrich llegaron al tiempo, lo que denotaría lo que estas etapas denotan, que es quién está en forma y quién no. Y ellos tres eran claramente los más fuertes, y lo iban a ir demostrando etapa tras etapa. Chava Jiménez llegó justo tras ellos en otro ramalazo de clase.

La etapa clave era la que llevaría al pelotón a Ordino Arcalís, esa cima clásica a 2230 metros de altitud. La etapa no era excesivamente dura, era eterna. Más de 250 kilómetros por los Pirineos franceses más el eterno Envalira desde Francia, Ordino y la subida final. La selección iba a dejarse sentir y en el último puerto los favoritos iban a ver una arrancada temible, rozando lo bíblico, de Jan Ullrich. Llegó a la cima destacado, con un minuto sobre los perseguidores, sus enemigos directos. Nadie lo sabía, pero esa estocada iba a valer un Tour de Francia. Amarillo por primera vez para el del Telekom, que perdía su maillot de campeón de Alemania y no lo abandonaría hasta París. Así terminarían los Pirineos, con una clasificación bien definida y las espadas en todo lo alto, porque todavía Richard Virenque y Marco Pantani no habían dicho ni mucho menos la última palabra.
Se obviaba el Macizo Central para celebrar la primera contrarreloj. 55 kilómetros con subida a la Croix de Chabouret era el menú elegido para esta terrorífica crono que iba a ser el escenario ideal para que Ullrich comenzase a pasar a la leyenda del Tour. Tres minutos a Virenque, casi cuatro a Pantani, en lo que era casi una cronoescalada hasta la mitad del recorrido y bajada y terreno favorable después. Una de las mayores exhibiciones contra el crono jamás vista en el Tour. De allí salió todo más bien decidido, con los españoles peleando por aspirar al podio y los aspirantes al amarillo con el orden por definir, aunque el primero parecía adjudicado ya de antemano. Así se llegaría a los Alpes, sin descanso y con la etapa unipuerto a Alpe d’Huez que iba a vencer Pantani, segunda curva consecutiva y una exhibición que le iba a recolocar con respecto a Virenque en la general. Ullrich a su vez le asestó medio minuto más al galo.
En un tríptico infernal, Pantani fallaría en la cima de Courchevel, ante un auténtico etapón de los Festina, con ataques escalonados en el primer puerto, el Glandon, y después algunos escarceos en La Madeleine. La subida final fue un suplicio para más de uno, pero a meta llegaron destacados los que a la postre serían los dos más fuertes del Tour. Camino de Morzine, la dureza de la última subida iba a favorecer a Pantani, que se alzaría con el segundo triunfo en los Alpes. Un regreso por todo lo alto del ‘Pirata’. A partir de aquí iba a comenzar una serie de etapas interesantísimas en lo orográfico que iban a desembocar en espectáculos magníficos. El Tour no había acabado aún, por mucho que lo pareciese.

Camino de Friburgo, en Suiza, el durísimo Col de la Croix, iba a provocar una selección interesantísima. En esta ocasión el sacrificado iba a ser un Bjarne Riijs que no estaba para ganar, pero sí estaba a tiro de piedra de molestar, de buscar alguna opción particular. Un día en el que Ullrich lo pasó regular por la fortaleza del Festina, que en esta ocasión, pese a que tuvo algún movimiento interesante, encomendó sus fuerzas a deshacerse del ciclista del Telekom, siempre una amenaza táctica. Camino de Colmar y, sobre todo, de Montbelliard, fueron ellos los que plantearon la carrera dura y tácticamente interesante, con varios ciclistas del Festina en la fuga, Virenque jugando de lejos a filtrarse en ellas para después remar junto a sus compañeros. El problema de Virenque fue él mismo, más pendiente de distracciones menores como ciclistas menos colaboradores en ese tipo de fuga, algo muy común. Aquello le llevó a fracasar en el intento de un esta vez bien organizado Telekom.
En la crono final, Olano se desquitaría de muchos fantasmas y lograría su día de gloria en una carrera que siempre le fue esquiva, aunque en ese momento todavía no lo sabía. Rijs lanzaba al pasto su bicicleta fruto de la desesperación y no había más espacio para más. Virenque, segundo. Pantani, tercero. Ullrich ganaba el primero de los siete Tours que todos imaginábamos que iban a venir uno detrás de otro desde entonces. Se le veía como el dominador perfecto, el verdadero heredero de Miguel, una máquina sin fisuras que tenía ante sí una carrera absolutamente diseñada a su imagen y semejanza. Lo bueno del ciclismo es lo impredecible que es. Porque Ullrich no volvería jamás a ganar un Tour de Francia. Un hecho que nadie hubiese creído en aquel momento.

El último Tour que superó las 100 horas. El último gran Tour. Los días todavía felices en los que creíamos en la bondad de este deporte y sus deportistas. Sólo un año más tarde todo empezó a cambiar y comenzó lo que después ha ido construyéndose alrededor de miedos, complejos, sospecha y muchos otros males del ciclismo en el siglo XXI.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos: Sirotti
Vaya Tour, pasó de todo