Siempre ha existido esa debilidad por los más desfavorecidos. El escalador de los años noventa y principio de los 2000 estaba claramente en una posición de desigualdad, de desprotección ante los culogordos que tanto tiempo les ganaba en las etapas cronometradas. Gente que después en la montaña bien no cedía apenas tiempo o bien incluso lo volvían a ganar. En ese rol entraba Manuel Beltrán, apodado ‘Triki’ por el famoso monstruo de las galletas, un escalador jienense que despertaba muchísima simpatía entre el público por su valiente y sacrificada forma de correr, pero también por el clásico gracejo y desparpajo que desprendía en las entrevistas pre y post etapa.
Producto del Ávila Rojas en los años 90, comenzó a despuntar en el Mapei italiano, con el que pasó a profesionales, añadiéndose a esa importante columna vertebral procedente del CLAS-Cajastur, con Escartín y Olano, persona clave en su trayectoria, como máximos exponentes. Debutó bien joven en la Vuelta a España en la que su amigo y entonces compañero Abraham Olano quedó segundo, sin mucho que hacer en montaña frente a un imparable Laurent Jalabert. Beltrán hizo lo que pudo, pero su equipo notó en demasía la baja de Escartín y dejaría demasiado solo al vasco. Lolo acompañaría también al campeón del mundo en el famoso Giro de Italia de 1996.
Aún así, volvería a disfrutar de una nueva etapa en el conjunto italiano a partir del año 2000. Tras un periodo en Banesto donde apenas gozó de oportunidades como líder, marchó rumbo al equipo de Giorgio Squinzi para ser el escalador de un equipo de auténticos rodadores y velocistas. No lo hizo mal, aunque tuvo más notoriedad en su época en compañía de Olano y compañía. Y es que en el equipo español fue un gregario clave para su amigo y entonces compañero Abraham, que gracias a su temple en montaña ganó una Vuelta a España en 1998.

Fueron años complicados, ya que vivió el fichaje de Olano por Banesto, uniéndose al trasvase a petición del ciclista de Anoeta, siendo uno de sus ciclistas de mayor confianza. Beltrán le dio mucho al equipo, ayudando también a Chava Jiménez y viviendo desde dentro aquella fiera discusión pública entre ambas figuras. Acompañó a ambos en el Tour de 1997, donde sufrió de lo lindo para echar una mano a sus líderes y pudo finalizar 14º en lo que suponía su debut en la ronda gala. Sólo en el año 2000, siendo líder del Mapei, pudo mejorar ese registro.
En 2002 se unió a una especie de fiasco llamado Coast, junto a Zulle, Escartín, Ángel Casero y demás viejas glorias del ciclismo. El jienense regresó al Giro de Italia y firmó una buena Vuelta a España en la general. Como el futuro de la estructura estaba en el aire, hizo las maletas y firmó un suculento contrato con el US Postal de Lance Armstrong. De nuevo gregario, en esta ocasión de auténtico lujo. Imágenes como la del español reventando al mismísimo líder en el brutal arranque de Alpe d’Huez en 2003 o decenas de instantáneas dominando el grupo de los favoritos serían una constante.
Cuando asumía el mando del equipo no gozaba de fortuna, con abandonos prematuros cuando iba bien situado en la general. Con la retirada de Armstrong, tocó emigrar de nuevo y fue el turno de mirar a Italia de nuevo firmando con el Liquigas. Ambicioso por poder ser de nuevo el líder en ciertas carreras como la Vuelta a España, donde fue 9º en dos años consecutivos. En 2008 fue expulsado por el propio Tour de Francia debido a un positivo. Ese fue el final de su carrera deportiva como ciclista profesional de carretera, si bien entonces empezó el desarrollo de otras disciplinas como la MTB y distintos retos individuales alejado de los grandes focos. También formó una escuela ciclista.

No fue un ciclista ni mucho menos ganador, aunque algún día suelto de gloria sí que se llevó. En 1997, con los colores de su recién estrenado maillot del Banesto (el primer post Induráin que vivió al lado de Olano), se llevó la ya extinta Vuelta a los Puertos, en Madrid. Se hizo con su mejor victoria en 1999, el título en la general de la Volta a Catalunya, tras vencer y convencer en la última etapa, una cronoescalada al Coll de la Rabassa en la que batió, entre otros, a sus compañeros Jiménez y Piepoli. Se vistió de líder, eso sí, en la etapa anterior, una durísima sucesión de subidas con meta en Els Cortals d’Encamp.
Beltrán vivió esas dos caras de la moneda: la del éxito y el aplauso generalizado, pero también la del olvido intermitente para alternar con comentarios por parte de aficionados que le habían dado la espalda tras su positivo en 2008, una gran decepción para muchas personas. Sin embargo, ha continuado su actividad ciclista y participando en retos que han venido a demostrar que la frase de apertura de su Twitter (donde es poco ducho a escribir) es cierta: pasión por el ciclismo.
El recuerdo que queda del ciclista jienense no es malo, al menos no es peor que el de otros. Se le hace sufriendo las rampas del Tour en ayuda de sus líderes, o con los colores del Mapei atacando en el Aubisque en el año 2000, o en la etapa andorrana de la Vuelta también desde lejos buscando sus opciones. Una bendición para sus líderes, que jamás encontraron un gregario más fiel y capaz para las subidas. Lástima que el final de su trayectoria profesional tuviese que ser tan abrupto y por dichos motivos.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos: Sirotti