El recorrido del Tour de Francia presentado por Christian Prudhomme y su gente de cara al curso 2023 no ha dejado indiferente. Te gusta o no te gusta, pero lo que no se puede decir es que la puesta de largo de la próxima edición de la considerada mejor carrera del calendario haya pasado ni mucho menos desapercibida. La prácticamente unanimidad de aficionados que se han pronunciado han criticado la escasez de kilómetros contrarreloj y la pérdida de señas de identidad de la carrera como puntos clave de la crítica a un recorrido que también tiene sus defensores. Los primeros, los ciclistas que han opinado, aunque suele ser habitual que presenten lo que presenten utilicen los mismos adjetivos, ya hablé sobre ello en la editorial sobre el Tour’23. Pese a los aspectos positivos que puedan suponer algunos elementos del propio trazado como la escasez de grandes traslados o que ciertamente hay etapas interesantes y competitivas a lo largo de las tres semanas, con una serie de cambios pasaría de ser un recorrido cuanto menos opinable a uno que pueda ser abrazado por la gran mayoría como un gran recorrido. Aún así, tal vez la detección de los presuntos defectos ofrezca más consenso que las soluciones propuestas para corregirlos.
- Contrarreloj, el gran debe de la edición 2023
Es la gran estrella de esta edición por ausente. La única etapa cronometrada tendrá lugar el 18 de julio, es decir, en la decimosexta etapa. Serán únicamente 22 kilómetros entre Passy y Combloux e incluirá tres subidas cortas y de poca importancia en tan pequeña distancia. Es cierto que la etapa se celebra en un valle profundo con altas montañas alrededor y que deja poco margen de actuación a la hora de celebrar una crono más larga y perjudicar el tráfico de la zona de forma grave. Tampoco es menos cierto que quizá no era el lugar para celebrar una contrarreloj. Chorges ya acogió una etapa similar exactamente diez años atrás, pero se complementaba con otra contrarreloj llana y larga que se desarrolló en las inmediaciones del Mont-Saint-Michel.
El Tour siempre ha sido una carrera difícil de ganar para los escaladores debido a la dificultad que tenía para ellos salir a flote de las contrarrelojes que se disputaban. Es un aspecto importante para seguir reconociendo al Tour como lo que es: la carrera que se quiera o no determina quién es uno de los corredores del año. De hecho, Vingegaard ha sido y es uno de los nombres que salen más reforzados de la temporada 2022. Y eso que tampoco se ha prodigado demasiado en otros terrenos. Con 22 kilómetros de lucha en solitario, no se puede decir que el próximo ganador del Tour pueda afirmar que ha sido el mejor en todos los terrenos que una gran vuelta debe atravesar.

Por todo ello, tal vez hubiese sido necesario variar el esquema de carrera y celebrar así (al menos) una etapa cronometrada más. Si esta jornada ha de quedarse tal cual por lo complicado de la logística en una zona de alta ocupación en meses vacacionales por la proximidad al siempre turístico Mont Blanc, bien hagámosla más dura para considerarla una auténtica cronoescalada, o bien recurramos a la mejor opción, que es celebrar otra contrarreloj más. Aquí es donde se abre y se cierra un mundo de opciones, porque falta obviamente mucho conocimiento sobre los acuerdos de la organización con las localidades de meta y/o salida. Pero teorizando, lo más sencillo sería o bien transformar el paseo por los Campos Elíseos en una etapa cronometrada que rememore lo vivido entre Fignon y LeMond el último día del Tour de Francia de 1989 y la pérdida del maillot amarillo por parte del galo. Nunca se ha repetido la fórmula. La habitual etapa de París es intrascendente y sólo sirve para festejar. Este año, ya que se han hecho muchas excepciones habitualmente, podría haber sido la oportunidad. 30-40 kilómetros de contrarreloj ese último día y tienes emoción, carrera y tensión hasta el último metro, que seguro es un concepto del gusto de la organización.
Sí, quedarían las dos únicas contrarrelojes del recorrido ubicadas en apenas cinco días. Pero sería el cambio más sencillo sin modificar salidas ni metas. Dada la poca distancia entre Saint-Quentin-en-Yvelines y París, y siendo domingo, dejen volar la imaginación. Ver en contrarreloj una ciudad tan bella como la capital francesa es un acontecimiento mundial. Seguro que las audiencias, de paso, lo notarían. Aunque es entendible que se quiera respetar ese día de fiesta del último día. Si bien si alguien podría permitirse esa supresión sería el Tour de Francia (a día de hoy). Modificar el trazado de la primera semana, por ejemplo, la etapa posterior al primer día de descanso.
Entre Vulcania e Issoire hay por carretera unos 50 kilómetros de trazado especialmente llano, con ligera tendencia descendente. Se puede incluso atravesar la capital de la zona, Clermont-Ferrand, protagonista de esos días en el recorrido del Tour’23. Es difícil celebrar una crono de menor kilometraje entre ambas localidades, ya que la ruta más corta (incluida la autovía) rondaría siempre los 45-50 kilómetros de longitud. Bien es cierto que logísticamente sería perfecto para el retorno de vehículos de un lado a otro de la contrarreloj. Realizando un pequeño cambio en el orden de las salidas, bien se podría ‘suavizar’ la obligatoriedad de incluir tantos kilómetros contra el crono en un contexto donde ya 30 kilómetros se considera crono larga de una gran vuelta. Si intercambiásemos las salidas de las etapa 10 y 11, es decir, Vulcania por Clermont-Ferrand, la crono podría salir de la gran ciudad y así acortar distancias. O no, al gusto del consumidor. Nos iríamos a un mínimo de 35 kilómetros de crono, que sumados a los 22 de los Alpes, empezaría a sumar una cantidad más aproximada a la distancia que una gran vuelta debería tener.

- La etapa de Grand Colombier necesita cambios
Sería la segunda llegada a este puerto, más habitual en el Tour de l’Ain, aunque ya poco a poco preso también del Tour de Francia. Y no es para menos, por la gran variedad de vertientes y combinaciones consigo mismo que ofrece. Amén de una serie de montañas cercanas que harían de una etapa alrededor de este coloso una de las etapas reina de la edición. Esta vez, sin embargo, parece que la montaña que se ascenderá desde la sonora localidad de Culoz será meta de una etapa llamada ‘unipuerto’. O, en otras palabras, que la decimotercera etapa del Tour incluirá únicamente una subida importante, la que conducirá a la línea de meta. También hay que observar que se anuncian 138 kilómetros de etapa y que presumiblemente estemos ya en fase decisiva de esta edición.
Las variaciones serían sencillas sin modificar especialmente la salida de la etapa. Con realizar un primer paso por el puerto hasta el desvío que desciende a Anglefort, ya incluiríamos un puerto de primera categoría que ya se ha ascendido en alguna otra ocasión y que es conocido como Lacets de Grand Colombier, que viene a ser la misma ascensión recortada y que incluye la parte más escénica de la subida, con curvas de herradura enlazadas que aportan imágenes espectaculares. El descenso es conocido por la Grande Boucle. Ofrecería un llano de unos ocho kilómetros. Si le añadimos los 15 que se alargaría la etapa por la inclusión del paso por el puerto, nos iríamos a una etapa de 161 kilómetros. Ninguna barbaridad. Y, además, se respeta la voluntad de la organización de huir de grandes longitudes, aunque eso lo trataremos en el punto 5.
Si queremos llevarlo más allá, podemos entrar en combinaciones más próximas a la etapa de 2020, aunque bien es cierto que ahí sí que el kilometraje se vería seriamente alterado. Tampoco sucedería nada por incluir una etapa de gran longitud que supere ampliamente los 200 kilómetros. El ciclismo es un deporte de fondo.

- Las etapas de Morzine y Courchevel son demasiado parecidas
Dos finales en descenso tras un gran puerto. Bien es cierto que el descenso desde la Col de Loze a Courchevel apenas serán seis kilómetros de bajada. No es menos cierto que la combinación Joux Plaine-Morzine es un clásico del Tour. Pero ciertamente son dos etapas consideradas como las más duras y que se quedan a medio camino. No por dureza, de la que ambas van sobradas. Pero sí en cuanto a la utilización de la misma. ¿No sería mejor reducir la dureza en una de ellas para incorporarla a la otra? Me explico. Siendo ambos finales en descenso (aunque con diferentes longitudes), una de ellas podría variar en un final en alto, añadiendo un puerto al final de una que se eliminaría de la otra.
El más evidente y fácil bien podría ser estirar la etapa de Morzine hasta Avoriaz. Serían 13 kilómetros extra, haciendo 168 al final de la etapa, algo más que asumible por el Tour (¡a qué punto hemos llegado!). No es una edición especialmente cargada de finales en alto, por lo que aumentar este número tampoco sería crítico. Se añadiría una opción de atacar desde lejos por encontrarse un encadenado sin un metro llano que asciende (y desciende, ojo) el Joux Plaine, que es una auténtica pared, y después finaliza en la estación de Avoriaz. A cambio, eliminaríamos uno de los puertos de la jornada de Courchevel. Por ejemplo, el Saisies.
Otra de las alternativas sería modificar esta última etapa a cambio de sacrificar alguno de los puertos iniciales de la etapa de Morzine, para que nadie pueda acusar de buscar un exceso de dureza. Tal vez sería interesante dejar el Col de Loze, el gigante de la edición 2023 del Tour, en un papel más protagonista y con opción para los ciclistas de atacar de lejos. En tal caso, en lugar de ubicarlo como último puerto de la etapa, la idea sería llevárselo a ser el penúltimo y que de producirse ataques en sus rampas, puedan anticiparse estos a la subida final. Como sería alternativa a las ideas a aplicar en la etapa de Morzine, sólo aumentaríamos el recuento de finales en alto en uno. En esta ocasión realizaríamos un doble paso por Courchevel desde Moutiers -un clásico- con el añadido de Loze. Se coronaría el puerto y se descendería hacia Meribel, donde se tomaría una carretera que conecta con Courchevel y realizar desde ahí los últimos kilómetros de ascensión hacia el Altipuerto donde termina la etapa original. Se le añadiría apenas 10-15 kilómetros a la etapa y tendríamos una etapa diferente en el concepto de las de alta montaña en este Tour’23.
También se podría buscar una ruta que alargue el descenso de la etapa original y que permita ascender los últimos kilómetros de Courchevel. Estas estaciones alpinas son un auténtico laberinto. O realizar el ascenso a Loze por el mismo lugar, alargar la bajada por Courchevel y enlazar con Meribel por la carretera que conecta ambas estaciones. Aunque sería modificar el lugar de meta.

- Los Pirineos, cuestionables
No es que sean dos malas etapas en sí las que se han presentado para el Tour’23. Más bien es precisamente el desaprovechamiento de la propia dureza que se plantea. Sí, se pasa el Tourmalet, pero se corona a casi 50 kilómetros de meta. Sí, se incluye Soudet en la etapa de Laruns, pero tiene un igual problema o incluso mayor por estar ubicado a más de 80 kilómetros de la meta. ¿Eran ambas subidas necesarias en sus respectivas etapas? ¿No sería mejor ahorrarse alguna? Prescindir de Tourmalet quizá fuese inapropiado debido a que la subida final a Cambasque-Cauterets no es especialmente dura y quedaría, es cierto, una etapa bastante más sosa que la preparada. Lo más probable es que no pase nada en la denominada cima Jacques Goddet aunque nunca se sabe.
Las alternativas tampoco solucionan el problema de acortar el llano. Subir parcialmente Luz Ardiden para bajar prácticamente al mismo punto aportaría poca solución. Lógicamente, hay otras subidas más cercanas a Luz-Saint Sauveur, final del descenso del Tourmalet, como la mítica subida mencionada, o los inéditos circos de Gavarnie o Troumousse. Preciosos finales de etapa que siguen inexplorados por el Tour. Sí reduciría el llano cambiar el Tourmalet por otra subida. La etapa anterior finaliza a los pies del Aubisque, por lo que si evitamos la histórica cima y nos quedamos en el Soulor, podemos ascenderlo por Ferrières (tal vez la cara más dura del puerto y que se utilizó de descenso en la edición 2022 camino a Hautacam) y así reducir el llano.
Si eliminásemos el Soudet de la etapa anterior, se podría mantener la salida en Tarbes para ascender el Aubisque desde Argeles-Gazost a través del propio col du Soulor. Desde la cima del Aubisque se bajaría de nuevo a Laruns (premio por reducir la amplitud de la etapa anterior) y tras un tramo llano volver a ascender Soulor por la cara anteriormente mencionada. En todo caso, pese a que los Pirineos sí ofrecen mucha capacidad de mejora, al encontrarse tan pronto en la carrera y tener ciertos elementos que pueden generar espectáculo, no son una de las mayores prioridades.

- Kilometrajes: demasiado cortos
Aquí no hay una propuesta concreta, sino una modificación de la filosofía de etapas cortas que el Tour está llevando a la máxima expresión. Las etapas reinas del Tour’23 se disputan en distancias inferiores a 160 kilómetros. De hecho, la más larga de montaña es la que arriba al Puy de Dôme y tiene 184. Las grandes vueltas deben ofrecer terreno para todos, desde los más rodadores a los más escaladores. Visto que los especialistas en rampa tendrán multitud de recursos en la mayoría de las etapas, quizá sea justo pensar que los especialistas en distancias más largas deberían tener también hueco.
Tampoco significa que nos debamos ir al otro extremo. Los debates sobre si las necesidades y exigencias televisivas son ahora diferentes al ciclismo de hace un par de décadas pueden ser interesantes y tal vez el Tour esté optando por la vía correcta de reducir kilometrajes, no lo sé y admito que es opinable. Pero no se puede concebir un deporte como el ciclismo y, más aún en las grandes vueltas, donde precisamente la gran admiración por los corredores viene de esa acumulación de esfuerzos. ¿Que muchos ciclistas no podrían con ello? Por supuesto que no. Es que ni el ciclismo profesional está hecho para todos, ni el Tour de Francia debería estar al alcance de todos los ciclistas profesionales. El Tour es el top del ciclismo y en esta carrera debería haber oportunidades para todos y que obviamente factores como la suerte, la eficiencia, la inteligencia, etc cuenten al mismo tiempo que la fuerza en las piernas, la clase y todos esos valores tan etéreos.
La cuestión es que si damos de lado a esos ciclistas que rinden mejor en distancias largas y les arrebatamos un espacio para brillar, estaremos desprendiéndonos de uno de los pocos reductos que nos une aún a la historia del ciclismo de grandes vueltas. Más aún si a las jornadas de montaña largas le unimos la amputación preocupante de los kilómetros contrarreloj. Una o dos etapas de 220 kilómetros y una de ellas con varios puertos no va a desencaminar el fin de reducir dureza en las distancias. Se podrá compensar de alguna otra manera, seguro. Lo que sí nos dejará es la sensación de que el ganador del Tour de Francia es uno de los mejores corredores del año por haber dominado todos los terrenos que una vuelta de tres semanas debería ofrecer.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: ASO / Maxime Melobel
Este kilometraje contra reloj, me recuerda aquellas Vueltas a España de principios de los 80s, que tenían un kilometraje parecido. Un prólogo y otra crono de no más de 25 km. Y ahora el Tour está copiando este escenario.
Es probable, que al ser las tres primeras etapas en territorio vasco en línea, y al llegar rápidamente a los Pirineos, se descartase la opción de la crono y ya no supieron donde ubicarla. Y finalmente, sólo metieron una y corta.
En 2013, se disputó la crono de Chorges, que era mixta, de unos 30 km, pero es que hubo otra de un longitud parecida. Por cierto, aquel Tour lo ganó Froome, segundo quedó el discutido Nairo y tercero el Purito.
Fijaos, quedó Purito tercero en un Tour con dos cronos de 30 km (aunque una de ellas, con recorrido ondulado). Contador, que fue durante bastantes días segundo clasificado, acabó en una quinta posición, tras hacer uno de sus ataques sin sentido, para ganar o perder el pódium.
En resumen, estoy contigo que con tres o cuatro cosas, tendríamos un Tour de notable alto. Pero reitero, lo de la crono es infumable para todo un Tour.
A este recorrido le falta una crono de 50 kms que perfectamente la podrían haber ubicado antes de Pirineos (zona de Urdax/Pau) o, como comenta Jorge, tras el primer descanso en Issoire.
Y digo 50 kms (o más) porque estoy un poco hasta las pelotas (que nadie se ofenda) que nos conformemos hace ya bastantes años con gilicronos de 25-30 kms. Hemos bajado tanto el listón en la última década que ya nos ponen medianías de 20 tantos kms y las damos por buenas. Es que aunque haya 2 de ese pelo, nunca será lo mismo que una crono que llegue a 1 hora o más de esfuerzo individual, donde se sobrepasa el umbral de resistencia de muchos corredores, donde a partir del km 40 caen los minutos como losas para quienes no tengan ese fondo, para aquellos que no pasan el invierno dándose de palos con el túnel del viento, para aquellos que no saben regularse, para los que directamente no las entrenan,…o para los que el físico puro y duro lo les da,…que luego tengan que remar en la montaña.
Pasa lo mismo con los kilometrajes en montaña. Cuando llevas 220 kms en la chepa con Madeleine y Croix de Fer en las piernas, enfrentarse a Alpe d´Huez nunca puede ser igual que hacerlo tras 140 kms. Luego llega el Giro y nos pone 205 kms en la etapa reina y 197 en otra de montaña y nos parecen las maratones de antaño. Y NO. NO LO SON, aunque algo se agradece que lleven 200 en lugar de 160.
Nos hemos acostumbrado al suspenso, y cuando el alumno saca un 6, lo consideramos un sobresaliente. Lo que ocurre es que luego llega a la Politécnica y le llueven ostias por doquier.
Me ha gustado tu respuesta, Jimmy Carter, además de coherente con una retranca que me ha hecho sonreir, las “gilicronos”, la “Politécnica”…
Estoy totalmente de acuerdo, nos han acostumbrado a kilometrajes cortos y casi ausencia de cronos. Quizás para alguna edición cada 3, 5 años, podría estar bien, pero como norma no porque se pervierte la esencia de este deporte.