“No me gusta el color del nuevo maillot verde”. Así empezó mostrándose el belga Van Aert en la presentación de equipos de Bilbao. Entre la lluvia se le pudo ver algo cascarrabias, en carrera se le ha podido ver fuerte, no al nivel que en general solía mostrar. Los comentarios sobre el anunciado abandono en caso del nacimiento de su primogénito tampoco han ayudado. Algunos criticando su selección para participar en el Tour por parte del Jumbo Visma. Otros poniendo el foco sobre él, como si un ciclista se pudiera negar así como así a que tus jefes cuenten contigo igualmente para la mejor carrera del año.
Aún está a tiempo de ganar, dedicar, pasar facturas y reivindicarse. No ha estado letal al sprint, si obviamos la etapa de Cauterets, el servicio a su jefe de filas no se ha parecido al que le encumbró en 2022. En algún caso más individualista, en todos menos eficaz. No ha pasado de la segunda plaza, conseguida en montaña, dicho sea de paso. Nuevo gesto de su potencial. Inevitable pensar una vez más en el ciclista que nos estamos perdiendo, el techo de cristal que sufre. Es algo ya sobrecomentado, de sobra conocido, aceptado por él y aplaudido por muchos aficionados. La cuestión es que ni se le ve cómodo ni se le ve contento.

En las salidas de etapa se le ha visto más ensimismado de lo habitual, con un rictus más serio de lo acostumbrado. La prensa belga interpretó al comienzo del Tour fricciones entre el ciclista y el equipo. El propio Wout salió al paso a desmentirlo y afirmar que “se ríen de ello” en el bus del equipo. Típico, sea o no, qué va a decir. El enfado tras perder la segunda etapa lanzando un bidón de enfado contra el suelo no es síntoma de mal ambiente en el seno del Jumbo. Sí de rabia y frustración, dos palabras que jamás habían sido relacionadas a Van Aert en ningún contexto. Extraño o no, este Tour no está resultando como los anteriores.
Se están resistiendo las victorias, y quedan días muy complicados en lo orográfico, también en lo táctico. Más aún en el sistema nervioso, con el maillot amarillo en juego y seguro que momentos tensos dentro de la disciplina del equipo. Van Aert está firmando una carrera no tan distinta a la mostrada en 2022 salvo en las victorias, habiendo acumulado demasiados casis.
En realidad, ganar tampoco ha estado tan cerca como sus clasificaciones puedan revelar. Ese análisis cualitativo es lo preocupante de esta situación. Vingegaard no posee el conjunto que asustaba a sus rivales. En parte por el cambio de rol del belga, quien ha actuado en la mayoría de las ocasiones como un electrón libre en busca de sus intereses particulares.

Seguro que con el consentimiento del equipo, sólo faltaba, que a nadie se acusa de saltarse órdenes de equipo. Si finaliza el Tour sin victoria de etapa y en Glasgow el arco iris no termina recorriendo su cuerpo, el balance de la temporada será malo igualmente aunque habrá menos botes salvavidas que camuflen un 2023 para olvidar en todo lo relacionado con el ciclismo. Todo viene en origen por las decisiones quizá inadecuadas tomadas por el ciclista a la hora de ordenar prioridades. Jumbo, feliz de tener a un corredor que aumenta posibilidad de victorias y engloba el trabajo de cuatro o cinco ciclistas en uno solo. La eterna discusión.
Los años pasan, los grandes triunfos no llegan. Y la erosión palpable de una relación que viene de largo y que presumiblemente lo seguirá siendo en un futuro, con el propio desgaste que la inercia va generando, lo que se ve necesario es un giro de timón. Demasiados años haciendo lo mismo, yendo por la misma carretera para quedarnos en un lugar indeterminado, poco representativo para los intereses y la leyenda de un ciclista que crece en el duelo con Van der Poel y palidece cuando en la competición directa no está el ciclista de Alpecin. Esa falta de retroalimentación en los últimos tiempos le está perjudicando.

En Jumbo hay mucho talento. También muchos frentes en los que tomar una bandera y luchar por los logros más altos. No todo son clásicas de las piedras, el Tour y el ciclocrós. Cada año corriendo lo mismo, de igual manera. Ya que el cambio de aires no parece que se vaya a producir, sería planteable la circulación de oxígeno y la frescura en las cabezas. Encontrando escenarios donde Wout aproveche sus enormes cualidades por fin. Y si va a ser un gregario, que lo sea y nos olvidemos de frustrarnos con esperanzas vanas en ver más de este ciclista.
Si ese es su agua, habrá que acostumbrar al pez a vivir en él. Y habrá que hacerse a la idea de que esto es así y no cambiará. Van Aert, capaz de liderar etapas de montaña por encima de mil líderes, clásicas donde la mala suerte y la calidad de sus compañeros las convirtieron en un informe de pudo ser y no fue. Van Aert debe tener claro que pasará muchos años en Jumbo y los neerlandeses que este matrimonio será para muchas temporadas, y que la gestión de esos años.
Escrito por Jorge Matesanz
Fotos: ASO / Ballet