Mucho habría que explicar de Vincenzo Torriani, y haciendo un balance de su carrera rotaría claramente la balanza hacia el lado positivo, pero también encontramos algo de peso, bastante, en el platillo de lo negativo.
No es más que la esencia italiana, la pasión incontrolable por lo que se hace y los resultados que se quieren lograr. Resultados que hay que obtener a cualquier precio y Vincenzo no dudó en pagarlo si la clasificación favorecía a los ídolos italianos. Describiremos quién fue, de dónde venía y qué logró Vincenzo, y nos centraremos principalmente en uno de sus mayores escándalos, el Giro de 1984.
Vincenzo encumbró el Giro, pero también estuvo a punto de arruinarlo y eso… ¡favoreció el despegue de la Vuelta!. Así que ¡gracias Vincenzo!
Sin más dilación vamos a recordar quién era Torriani. Nació en Novate Milanese un 17 de septiembre de 1918. En la Segunda Guerra Mundial se refugió en Suiza, desde donde coordinó algunas operaciones clandestinas. De regreso a Italia se ocupó de la reanudación de la publicación de la Gazzetta dello Sport, de la organización de eventos en la ciudad de Milán y de la reorganización del Giro d’Italia, suspendida por la segunda guerra mundial. Formó parte del equipo dirigido por Armando Cougnet del que él siempre fue parte activa, convirtiéndose en el heredero de la organización cuyas riendas, como director general, cogió en 1949.
Junto a Jacques Goddet, el organizador del Tour de Francia, fundó la asociación internacional de organizadores de carreras de Ciclismo, con sede en París.
Enseguida logró que el Giro despuntase otra vez como gran evento deportivo en Italia. Pero también fue el creador de otras carreras ciclistas como el Gran Premio del Mediterráneo (una edición), organizando también la carrera de las hojas muertas, el Giro de Lombardia, el Giro del Piemonte, o la Milan Turín, carreras todas ellas bajo el paraguas común de la Gazzetta dello Sport.
En 1973 tuvo la genial ocurrencia de realizar un Giro d’Italia en homenaje de los países fundadores de la Unión Europea, partiendo de Bélgica y recorriendo Alemania, Luxemburgo, Holanda y Francia, para llegar finalmente a Italia. Fue uno de los precursores de la internacionalización de las grandes vueltas nacionales.
También fue uno de los potenciadores de la inclusión de subidas míticas en las carreras que el organizaba, como el Muro de Sormano en el Giro de Lombardia o el icónico Poggio en la Milán San Remo.
Como buen italiano el automarketing y la publicidad fueron sus máximas en las organizaciones que dirigió y supo sacar el máximo provecho de las rivalidades entre corredores italianos. En su primer momento en el Giro vivió la famosa Coppi – Bartali y tomó buena nota de ello.
A principios de los años 80 el país estaba dividido entre los partidarios de Beppe Saronni y los de Francesco Moser. Él tenía que sacar partido de esa rivalidad para engrandecer el rendimiento histórico y publicitario del Giro de Italia.
Pero había un problema…el Giro se había escrito en las grandes cumbres italianas, Stelvio, Mortirolo, Tres Cimas del Lavaredo y, aunque Beppe y Francesco no eran mancos subiendo, no eran precisamente escaladores puros. Había que suavizar o recortar el recorrido del Giro para conseguir que ellos se impusieran. La operación maquillaje de montañas se puso en marcha.
Se mantuvieron los grandes puertos históricos, pero se subieron por sus vertientes menos exigentes o se pusieron lejos de meta; se incrementaron los kilómetros contrarreloj o directamente los grandes colosos dolomitas se eliminaron de etapas ya planificadas, aduciendo mal tiempo (como veremos más adelante). El máximo exponente del “arreglo italiano” lo encontramos en el Giro del 1984, que vence Francesco Moser en detrimento de Laurent Fignon y que describiremos más adelante.
En 1979 Torriani ya consiguió fraguar la bipolaridad nacional, con un Giro que gana Beppe por delante de Francesco. Italia se divide.
En 1980 se recibe la visita de un Bernard Hinault pletórico y no hay cuestión que discutir, por mucho que se intente. Italia es el país de la “picola infrazione” institucionalizada. “El Tejón” es demasiado fuerte como para quitarle la carrera y su victoria también da prestigio al Giro, por tanto, se consiente. Victoria que volverá a repetir en 1982, tras el paréntesis del doblete Vuelta-Giro de un Battaglin, en estado de gracia, y que, como era italiano, ya estaba bien.
Pero en 1983, en un Giro algo descafeinado, vuelve a vencer Giuseppe Saronni, por delante del millonario Visentini. La mentalidad de Torriani quiere potenciar la italianización del Giro y necesita a toda costa una victoria de Francesco Moser.
En 1984 se escoge un recorrido conveniente, incluso con una contrarreloj en bajada y con un kilometraje total contra el crono que favorezca lo más posible a Francesco. En concreto 140 km incluyendo la cronometrada por equipos.
En la etapa prólogo el guion empieza a cumplirse. Francesco gana y se viste la primera maglia rosa. Pero los problemas se empiezan a atisbar en los 55 kilómetros contrarreloj por equipos entre Lucca y Pietrasanta Marina. Gana Renault-Elf y Fignon se pone de líder. En la primera etapa con final en alto, Blockhaus, gana Argentin y sorprendentemente Moser coge el liderato. Las etapas siguientes transcurren sin pena ni gloria y sin grandes incidencias en la clasificación general. En la etapa quince, contrarreloj de 38 kilómetros, Francesco sigue cumpliendo con el libreto y saca un minuto a Fignon.
El liderato de Moser se mantiene hasta la etapa decimonovena, que debe terminar en Val Gardena y que tiene en su recorrido el mítico Stelvio de 2.757 metros. Etapa que finalmente ganaría nuestro querido Marino, que finalizaría cuarto en ese Giro en su mejor clasificación hasta ese momento y que años más tarde, en 1987, repetiría.
Se empieza a gestar el italian job. Torriani, las autoridades, la agencia de meteorología, la RAI y todo estamento italiano necesario debía colaborar para que Francesco ganase su Giro.
Se atisbaba una gran ofensiva de Renault y la posible pérdida del liderato. Se previene de que hay una gran probabilidad de nieve en el Stelvio e incluso de que puede haber avalanchas. Aduciendo al gran peligro para los corredores se decide eliminar el Stelvio y se propone un recorrido alternativo mucho más suave. Moser sigue conservando el liderato y Torriani tiene a quien desea en esa privilegiada posición.
No hay más revulsivo que el cabreo y la sensación de tongo para Laurent y Guimard, y el ataque previsto en la etapa del Stelvio lo lleva a cabo en la etapa 20, con final en Arabba, logrando relegar a Moser y coger el liderato por poco más de un minuto sobre él. Fignon se queja de que el pelotón, liderado por los italianos, ha protegido a Francesco Moser y le ha impedido perder aún más tiempo. Se llegará a la última etapa con las espadas en alto.
El lobo de la posibilidad de que Francesco no gane su Giro aparece y, aunque la etapa final entre Soave y Verona es una contrarreloj de 42 kilómetros y favorece, por tanto, a Moser, hay que asegurar el tiro y aparece la RAI.
El piloto del helicóptero de la televisión italiana parece ser un gran fan de Laurent Fignon, y en la contrarreloj llega a estar tan cerca de él que le genera turbulencias en contra Podéis consultar las imágenes de esta etapa y observareis las continuas protestas de Fignon.
Como curiosidad hay que citar que un episodio similar se vivió con las motos de la RAI en el Giro de 2016, favoreciendo a Nibali después de la caída de Kruijswick; o en el Giro del 2015 en detrimento de Contador y en favor de Aru. Pero aquí Torriani, que desgraciadamente falleció en 1996, no tuvo nada que ver.
Volviendo al Giro de 1984, finalmente Moser vence la etapa por delante de Fignon, segundo, a 51 km por hora de media y obteniendo una renta de 2’24” sobre Laurent. Moser gana el Giro con una diferencia de tiempo total final de 1’03” sobre Fignon. Este último jura que jamás volverá al Giro, pero finalmente si lo hizo y logró la victoria en 1989.
Estos episodios de italianización del Giro a cualquier precio, cuyo máximo artífice fue Torriani, lograron que el Giro perdiera su prestigio histórico durante los ochenta y consiguieron que toda una generación de corredores italianos no se desarrollase suficientemente en montaña, con lo cual o no aparecían en el Tour o directamente si lo hacían, pasaban desapercibidos.
Afortunadamente Torriani vio y corrigió su error, y después del triplete Visentini, Saronni y Moser del 86 y gracias, en 1987, a un irlandés irreverente que no obedecía ordenes de equipo, volvió a ser esa carrera montañosa, dura e impredecible que tanto nos hace disfrutar a todos.
Escrito por Xavier Palacios (@xpalaciosalbaca)
Foto: Sirotti
Incluido en el nº3 de HC