Todo es opinable, cada uno tiene sus preferencias y sus recuerdos. Más de una y de dos personas me confiesan que de no mediar este duelo, la siesta ganaría la batalla al Tour en sus tardes de verano. No le falta base a ese razonamiento, siendo muy fácil imaginarse cómo serían estas tres semanas sin uno de los dos. De una competición impredecible, sin un patrón claro, a un deporte previsible, sabiendo de antemano que sin rayos, truenos y relámpagos en su camino, quien resista en pie es el vencedor del Tour.
Son tan superiores al resto que cuando a un ciclista se le ocurre la feliz idea de seguirles durante doscientos metros el flipadódromo se dispara de forma exacerbada. Como ejemplo reciente, Victor Lafay. El de Cofidis osó a atacarles. En la siguiente montaña seria fue adelantado por la sombra de Jakobsen. O eso dicen, porque no se ha vuelto a saber de él. La familia anda de pegada de carteles. También en País Vasco, porque fue el último lugar de donde hay imágenes del galo. Empresa poco efectiva porque se confunde a Lafay con los candidatos electorales.

Vingegaard es más un escalador a la vieja usanza, por mucho que le estén pasando constantemente por el programa de Antena 3 en el que cambiaban el look de la gente, pero la esencia continuaba en el mismo punto de virtud o de defecto. Pogačar es más ciclista total, capaz de derrotarte con medio gen del Contador crepuscular que ponía el tablero y el avión boca abajo cuando todos le daban por perdido. Por ello el ataque del Tourmalet. O le matas o te mata. Dejarle vivir es como las pelis de acción americanas, acaba por clavarte un machete que casualmente había caído debajo de la mesa en la que yacía.
El duelo surgió en la Itzulia de 2021, pero a nivel de Tour de Francia todo sucedió ese mismo mes de julio. Como de los Alpes siempre sale una clasificación que se da por provisional y en la que había ya insertado algún polizón (después de un buen palizón) entre los mejores, todavía no se distinguía al danés de ellos. Se le daba por provisional y ahí sigue, portando el dorsal uno y el maillot amarillo.
Ya son tres ediciones tiranizadas por ambos, ocupando las dos primeras posiciones durante tres ediciones consecutivas. Y eso, en el año que la clavícula de Cavendish abandona el Tour sin batir a Merckx, es un hito histórico y le añade un gran valor que le da la perspectiva necesaria. Es un duelo de leyenda que se estudiará dentro de veinte y cuarenta años en todas las universidades del buen gusto ciclista. No digamos si el logro prolonga su permanencia (a lo Movistar) al menos una temporada más. Sólo una ausencia programada o la irrupción de algún justiciero libertario capaz de antagonizar puede quebrar el pronóstico.

Entre las ediciones de 2021 y 2022, que son las dos últimas ediciones finalizadas en el momento de publicación de este artículo, 30 de 42 etapas (casi un 75%, tres de cada cuatro) ha sido líder uno u otro. Si contamos con que Vingegaard ha sido líder desde la sexta etapa, la estadística incidirá en las imponentes cifras. Tan solo Alaphilippe (1), Van der Poel (6), Lampaert (1) y Van Aert (4) han vestido de amarillo en estas dos ediciones del Tour además del dúo magnífico. En victorias de etapa la cifra es más discreta, pero interesante, con ocho para ambos (2 para el danés, 6 para el esloveno).
Ha habido duelos muy interesantes que han pasado a la historia. El de Armstrong y Ullrich llegó a mucha gente antes de ser enviado a la papelera de reciclaje desde el pincho USB. En el de Poulidor y Anquetil realmente sólo hubo partido en 1964. Entre Ocaña y Merckx en dos ocasiones no consecutivas, entre Induráin y la dupla Bugno y Chiapucci, ídem, aunque consecutivas. Algún ejemplo hay en las clásicas, como aquel mítico Boonen vs Cancellara, o las peleas entre Bettini y Valverde.
Grandes rivalidades y puede que tan o más espectaculares. Tan prolongadas, sólo ésta que funciona entre Pogačar y Vingegaard, quienes además compiten desde la sanidad deportiva, con gestos y etapas que ya de por sí han pasado a los anales de la historia.
Escrito por Jorge Matesanz
Fotos: ASO