Hoy volvemos a viajar en el tiempo, este viaje nos lleva tres décadas atrás.
Ya era un ciclismo moderno y tecnificado, pero visto a día de hoy nos suena añejo.
Toca hablar de la Vuelta, y de uno de esos personajes de calado en el ciclismo, el cántabro Manolo Saiz. Él tuvo mucho que ver con esa tecnificación y modernización de métodos deportivos que hoy se ha llevado al límite.
Extraño personaje en un mundo tan teñido por viejas glorias, de mayor o menor calado, al volante. Ese fue uno de los motivos por los que siempre fue mirado con cierta distancia por sus colegas, también hubo otros.
Licenciado en Educación Física, y seleccionador de ciclismo en categorías junior, pronto recaló en la estructura ONCE, que hizo su aparición ante el gran público en 1989, obteniendo un triunfo de etapa en la Vuelta de la mano del también cántabro Herminio Díaz Zabala, que posteriormente se unió a su paisano en labores técnicas. Ese novel equipo adolecía de grandes figuras como es lógico, y tenía su puntal en Peio Ruiz Cabestany y nuestro cazaetapas favorito, el madrileño Eduardo Chozas. Primer objetivo cumplido para un equipo menor que competía con los Reynolds, BH, Kelme, TEKA, Caja Rural, equipos más o menos consagrados y con figuras o figurones.
En un año el salto fue gigante. Saiz alistó en sus filas a Marino Lejarreta y a Anselmo Fuerte. Unidos a los anteriores y con una estructura ya consolidada la disputa con los equipos patrios se prometía más abierta.
Y vaya si lo fue, la ONCE se abrió camino al protagonismo a marchas forzadas, dio un buen puñetazo sobre la mesa. Triunfos por equipos en Vuelta y Giro (y 2º en la ronda gala), victorias de etapa en las tres, podio en Vuelta, sus líderes bien posicionados en las tres grandes… Al nuevo BANESTO le había salido un duro rival en nuestras fronteras.
Pero Manolo Saiz quería más, y para la temporada 91 el objetivo era vencer.
Por la otra parte, BANESTO también tomaba la temporada con muchas ganas de revancha de la temporada anterior, sin triunfo en ninguna grande.
Iban cambiando los nombres de los míticos ZOR, REYNOLDS, TEKA… Cambios de marca publicitaria, disolución, ahora teníamos nuevos nombres, el único que resistía era el KELME. Pero la lista de equipos españoles que disputarían esa Vuelta era larga: AMAYA, BANESTO, CLAS-Cajastur, KELME, LOTUS, ONCE, PUERTAS MAVISA -mítico- y SEUR. Da envidia hoy en día ver esto…
La salida en la antigua Emérita Augusta tenía varios nombres como candidatos al triunfo. El primero era el sorpresivo vencedor de la anterior edición, el transalpino Marco Giovannetti, ahora enrolado en el GATORADE-Chateau D´Ax. No era el principal nombre, pero después de la edición anterior, había que tenerlo muy en cuenta. Miguel Indurain era el nombre que más resaltaba tras su excelente Tour y triunfo en San Sebastián, pero no era ningún ogro por entonces. Lejarreta, Cubino, Parra y Fuerte eran los otros nombres que sonaban como posibles vencedores. Y también eran de la salida los Herrera, Echave, Rooks, Rincón o Alcalá.
La ausencia mayúscula era la del segoviano Pedro Delgado que, repitiendo el intento que tan buen resultado le dio en el 88, cambiaba nuestra carrera por una cita con menos presión y con la vista puesta en su carrera, el Tour. Era la segunda y última ocasión en la que Perico no acudiría a la cita de casa.
Esa edición contaba con una ración contra el crono muy cuantiosa, 170 km en total entre prólogo a 3, contrarreloj por equipos y contrarreloj individual. Era indudable que el peso de la disciplina debería sí o sí ser muy relevante de cara al resultado final. La montaña era más o menos la acostumbrada por aquellos años, con la inclusión novedosa de la ascensión como final de etapa de Pla de Beret, en la famosa estación de Baqueira-Beret. Lo demás era lo acostumbrado; Cerler, Naranco, Lagos y la etapa por la Sierra de Guadarrama.
Y comenzaron fuerte los de Saiz. En ese extraño invento de prólogo por miniequipos a 3, se impone el equipo de los ciegos y visten a Melchor Mauri como el primer líder de la carrera. El ex-REYNOLDS revalidaba su fuerte comienzo de temporada en Andalucía y Valencia. Sólo era el comienzo del recital. La siguiente jornada tenía lugar una contrarreloj por equipos de las de toda la vida, y la ONCE volvía a imponerse, situando en esta ocasión a Anselmo Fuerte como líder. La forma y método de trabajo de Saiz obtenía el mejor resultado y sus pupilos se situaban inmejorablemente para lo venidero. La escasa montaña se auguraba menos problemática con la renta obtenida sobre los Indurain, Parra y Cubino. Tan sólo el navarro presentaba buenas credenciales contra el crono, se iba perfilando el rival de la ONCE.
Los pupilos de Saiz se iban alternando el maillot de líder, hasta que llegó la primera gran cita. Contrarreloj individual en Cala D´Or. Los principales favoritos eran Indurain, el mejicano Raúl Alcalá y, por qué no, el propio líder, Melchor Mauri, que tan buenas sensaciones había dado en las primeras citas contra el crono. Y lo confirmó el de Vic, se impuso por unos segundos sobre Alcalá, y a Indurain lo mandó a cerca del minuto. Bastante mayor fue la escabechina sobre los escaladores, que quedaban casi descartados antes de llegar a su terreno.
Mauri se posicionaba inmejorablemente cara a la general, la ONCE colocaba además a más de medio equipo en el top-10 por si, como era de esperar, Mauri desaparecía al llegar la montaña. Únicamente Alcalá estaba a tiro de piedra, Indurain ya se situaba a 3 minutos, y mejor no hablar de los Cubino, Herrera o Parra, a un mundo ya en la general. Pocas veces una Vuelta ofrecía tales diferencias en la primera semana.
Comenzaba a citarse al de Vic como posible candidato a la victoria final, pero eran más susurros que otra cosa. La montaña tenía que hablar y colocar a cada uno a su respectiva casilla.
Mientras tanto, Van Poppel repetía y volvía por sus fueros, igualando en victorias al danés Jesper Skibby. La Vuelta llegaba a Andorra en una jornada de escasa dificultad, sin puertos reseñables, y Guido Bontempi se hacía con la victoria en una jornada de perros. Lo más reseñable fue el adiós definitivo de las escasas posibilidades de un venido a menos Lucho, que se dejaba otra buena minutada. Tocaría buscar etapa.
Y la jornada siguiente llegaba la presumible etapa reina de aquella edición, pero ya desde la llegada a Andorra comenzaba el run run… Mal tiempo, presagio de peor tiempo, la Bonaigua intransitable… 134 km separaban Andorra del inédito final en Pla de Beret. Ascensiones a Cantó, Bonaigua y la ascensión final se presentaban como lo más temible en la edición. Puertos largos, altitud, y presumible tiempo de perros. Alberto Gadea salía a última hora de la tarde a tranquilizar al personal. Habría etapa.
Pero ni Gadea ni nadie puede combatir con la meteorología, y una inmensa nevada hacía impracticable la ascensión a la Bonaigua, completamente nevada. Reuniones de última hora, ¿Qué hacemos?. Finalmente, ante la ausencia de alternativa digna, se decide la suspensión de la etapa. Suspensión que nadie en ese día hubiera podido imaginar lo que daría que hablar lustros y lustros después… Quizá demasiado, pero ya se sabe, el imaginario es incansable.
Imaginario aparte, Mauri internamente esbozaba una sonrisa… Un peligro menos, pero aún así, nadie se atrevía todavía a citar al catalán como serio candidato al triunfo final. Eso sí, nos quedamos sin una etapa que intentaba simular al estilo de la ronda gala, puertos largos, altitud… Habría que esperar un año para ver una etapa estilo Tour… En suelo francés. Una pena, con el cambio drástico de condiciones ambientales, más la dureza intrínseca de la etapa, nunca podremos saber qué nos perdimos aquella jornada. A día de hoy puede sonar a chufla, pero hace tres décadas esa etapa despertaba mucho interés. Va en serio, chavalotes.
No había tiempo para pensar demasiado, al día siguiente teníamos la, ya por entonces, mítica ascensión a Cerler, al Alto de Ampriu. Mítica por repetitiva, era la quinta vez en 5 ediciones que se ascendía, pero ese puerto ya tenía nombre, y los Cubino, Delgado, Parra o Farfán, casi nada entre los escaladores, habían dejado su impronta. La etapa era todavía más corta que la anterior, poco más de 100 km y sin dificultades reseñables hasta la ascensión a Cerler.
Ivan Ivanov, el entrañable amigo de Pedro Delgado, se hacía con la victoria en la cima, pero lo más reseñable era el desempeño del líder de la carrera. Mauri llegaba con bastante menos tiempo cedido de lo esperado, mantenía la prenda de líder, y sólo los escaladores le distanciaban en poco más de un minuto. Indurain recuperaba el tiempo cedido en la CRI, pero seguía a 2 minutos, y ya se había escapado la bala pirenaica, que este año contaba doble. La ONCE era, hasta el momento, dueña y señora de la carrera. Ante la incógnita de los CLAS y Alcalá, únicamente el navarro parecía hacer peligrar su dominio. Los escaladores, más bien Parra, que era el único que quedaba en combate, claramente distanciados, y hasta 4 de los de Saiz se situaban entre los 8 primeros.
Fabio Parra se desquitó en Valdezcaray, etapa y se colocaba en la general como para tenerle muy en cuenta. El líder volvía a salir airoso de la prueba, y aunque los Lagos son los Lagos, su nombre ya no sonaba tan tímidamente. El claro perdedor de la jornada fue Indurain y su equipo BANESTO. El día que se esperaba que diera un pellizco considerable a sus rivales, realizó un tiempo muy discreto cediendo tiempo con casi todos ellos. Las alarmas se instalaban en el equipo navarro. Su ya rival directo era el otro extremo. Se habían permitido el lujo de colar a Marino como segundo en la general, escoltando al de Vic por si fallaba… Pero ya quedaba cada vez menos.
Nos quedaban los Lagos. Otra vez, cita especial en nuestra carrera. Era la oportunidad de los Parra, Echave e Indurain de intentar dar la vuelta a la Vuelta -permítanme esta chabacana chanza-. Poco más quedaba, ciertamente, pero Melchor tendría que superar esta prueba, su particular prueba del algodón. Todavía había bastante incógnita en un joven como él, nada ducho en estas lides. Las rampas, la presión… Esos durísimos kilómetros finales decidirían. Antes, el Fito como única dificultad de la jornada previa a la ascensión final.
No tardarían en desatarse las hostilidades, Herrera y Cubino atacan. Nada pintaban ya en la general, pero dos escaladores de pedigrí tenían que dejar su impronta en una subida así. Laudelino no podía con el ritmo del Jardinerito, que en sus últimos coletazos nos brindó su selecto caviar, aunque dosificado cada vez en mayor medida. Volaba el Lucho, pero atrás no había movimientos todavía. La noticia atrás era Mauri, el líder despejaba dudas y aguantaba en el grupo cabecero. Pero las rampas más duras llegando a la Huesera y el ritmo de los CLAS hacían ceder a Mauri. Melchor se retorcía detrás y Echave, Indurain y Marino escoltando se iban por delante.
Miguel Indurain se decidía a tomar el mando entonces, tenía que dar la cara si pretendía ganar, pero la meta se acercaba y el tiempo de diferencia con el líder era muy inferior al deseado.
Luis Herrera no podía dejar escapar una oportunidad así, y se convertía en el primer ciclista en repetir victoria en tan selecta cima. Por detrás, el trío perseguidor que apenas logró distanciar a un irreconocible Melchor Mauri. El joven catalán había salido airoso de la prueba, muy por encima de toda expectativa y vaticinio, cediendo una pírrica diferencia que no llegaba al medio minuto. La cosa parecía ya sentenciada. Probablemente en aquella edición, el único que habría podido poner contra las cuerdas al líder corría en su propio equipo. Segundo se situaba Marino, y lo único que quedaba por dilucidar era quién acompañaría a los de Saiz en el podio final.
Y así fue, el Naranco ofreció escasas diferencias, unos segundillos perdidos por Melchor, la confirmación de la fortaleza de Marino y el triunfo del bejarano Laudelino Cubino, que buscaba dejar su sello una vez perdidas las opciones en la general.
Muy mal se le tendría que dar el asunto al líder para perder su ansiada prenda. Su rival más cercano era su compañero, y peor en la disciplina contra el crono al de Vic. Y Melchor estaba dispuesto a cerrar su victoria a lo grande. Marcó los mejores registros punto cronometrado tras otro. Únicamente Indurain se acercó algo, los demás sufrieron un serio correctivo, incluido un Marino que perdió su segunda posición en beneficio del navarro que se metía en el podio como segundo. El damnificado era Fede Echave, que perdía su lugar en el podio de la Castellana.
Se inauguraba por lo grande el casillero de Saiz en la Vuelta, luego vendrían múltiples éxitos más, pero siempre se comenta que la primera tiene un sabor especial. Su alegría tenía que ser plena. Victoria, dos de los suyos en el podio, victorias parciales, liderazgo por equipos. Melchor Mauri comenzaba a sonar como candidato a metas mayores, en mes y medio tendría la más dura reválida posible.
Posiblemente el mayor perjudicado por las distintas causas expuestas fue su compañero Marino Lejarreta, pero el de Bérriz fue una ayuda incalculable para Mauri, al reducir considerablemente la presión sobre sus espaldas teniendo a Marino en la recámara.
Miguel Indurain parecía confirmar definitivamente los vaticinios de los más pesimistas. El navarro no podía con la presión, y para el Tour tendría que ser otra vez el segoviano el que cargara con la presión y sacara las castañas del fuego…
Cómo cambian las cosas en escasas semanas, pero aquí no toca, así que lo dejamos estar.
Manolo Saiz, ese técnico sin nombre, sin carrera en esto de darle a los pedales, les había pasado la mano por la cara a todos sus ilustres colegas patrios. Ganó y convenció. Su trabajo en la disciplina contra el reloj fue su mayor impronta en aquella Vuelta que tanto beneficiaría ese buen hacer. No sería igual para Melchor Mauri, que nunca llegó a el nivel mostrado en aquella primavera. Posteriormente, de vuelta con Saiz tras un bienio de paréntesis, volvió a su mejor nivel en el año 95, para finalizar con la excelente plata mundialista del 98, pero muy lejos de lo que se hablaba en aquellos días de la primavera de 1991.
Escrito por: Jorge González Vives
Foto: Sirotti
Incluido en el nº5 de High Cycling (especial Vuelta)