“Astana al Tour”, rezaba el grito desconsolado de un rey sin trono al que aspirar. Su ejército había perdido en los despachos en una batalla librada ante el establishment ciclista, que castigó las siglas de un equipo por motivos estéticos y perjudicó como daño colateral al nuevo rico, el dominador del ciclismo internacional, Alberto Contador. La ausencia del dorsal número uno en el Tour de Francia del año 2008 fue de lo más rescatable de dicha temporada. Un panorama que llevó al pinteño a disputar Giro y Vuelta para completar la mítica triple corona y comenzar a colorear un palmarés que apuntaba a gran campeón en ciernes.
Con este contexto llega el otoño de 2008. El conjunto Astana, dirigido por el belga Bruyneel, anunció el regreso al ruedo de Lance Armstrong, junto a quien todavía en aquel momento era el ganador de siete ediciones del Tour. La coincidencia de dos gallos en un mismo corral no podía ser pacífica ni agradable, más aún cuando ambos púgiles tienen ese carácter de sheriff que busca el control de sus dominios para optimizar la cercanía al éxito. Todo oculto en buenas palabras de puertas para afuera (casi siempre) y miradas ladeadas de desconfianza.
Mónaco dio el pistoletazo de salida a un Tour que comenzaba con las buenas voluntades por bandera y soterrados códigos que hacían que esta guerra fría se fuese a convertir en una auténtica batalla campal entre el pasado y el futuro encontrados en un mismo punto presente. Una edición extraña de por sí. El trazado huía de las aristas clásicas y de los mantras habituales. El paso por los Pirineos se había reducido a la más mínima expresión, con apenas una llegada en alto y el Tourmalet ascendido sin dar ni siquiera sombra a la meta, 80 kilómetros después. Los Alpes daban la oportunidad al banquillo de suplentes, solventes, pero desconocidos, y finalizaba en la previa de París, en el Mont Ventoux. Innovación. Nouvelle cuisine.
El Principado arrojó más leña al fuego. Lance se adelantó al crono del ‘Pistolero’. Los medios ya hablaban de bicefalia. La contrarreloj por equipos, ganada por el poderosísimo Astana, puso en posición privilegiada al azul celeste. El paso por Barcelona daba pie a lo único reseñable de los Pirineos. La cordillera vivió en las rampas de Arcalís, en Andorra, el primer duelo de nervios y golpe de efecto de Contador. Su poderoso ataque en las herraduras de acceso a la estación le permitieron ganar el pulso, devolver el golpe. “El líder soy yo”, el verdadero dorsal uno de aquella edición.
Narran algunos presentes que el ambiente se podía comer con cuchillo y tenedor. La división interna entre los pro-Armstrong y los Pro-Contador era un hecho. El divorcio estaba arreglando papeles de cara al próximo curso. El propio ídolo español, cuentan las malas lenguas, dormía con su bicicleta en la habitación del hotel, conspiranoico de sabotajes. Una lucha contra los rivales y también contra los enemigos que lucían maillot del mismo equipo. Lo que se conoce como fuego amigo.
En ese punto de ebullición se llegó a la segunda llegada en alto, en Suiza. La corta subida a la estación de esquí helvética nos dejó un auténtico recital de Alberto, que ganó la etapa con gran ventaja sobre Andy Schleck, que le seguía en un careo que el luxemburgués resistió en la distancia. Ese día, el ya maillot amarillo sentenció no sólo el Tour, sino la capitanía de su equipo. Ya no había dudas. El objetivo consistía más en acompañar la foto de París con un 1-2 que iba a dar más polémica que réditos puramente deportivos. Kloden, solvente ciclista alemán al que Contador, entre otras, le debe un Giro de Italia, fue el perjudicado del estado nervioso del maillot jeune. Su ataque en la Colombiere descolgó a su compañero de equipo y favoreció irónicamente a su gran rival, Lance, que supo resistir y adelantarle en la clasificación general. Primero y tercero en París, Astana iba a partirse en dos. Una foto que es historia por la historia que llevó a la foto más que por el retrato en sí.
Una vez terminado el Tour, el mercado persa que es el panorama ciclista estival se puso en marcha. RadioShack sería la escisión del nortemericano y acólitos a base de fidelidad a través de buenos contratos. Contador se iba a ver más abandonado que acompañado, pero su núcleo duro iba a seguir sin duda en su Astana, que iba a renovarse de cabo a rabo. Para empezar, con la vuelta de su ciclista bandera: Alexandr Vinokourov.
Escrito por Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: Sirotti